lunes, 20 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 38

La conversación continuó con P.J. y Gustavo hablando animadamente, pero Paula tenía la mirada clavada en el plato. En lo único que podía pensar era en el pequeño Joaquín, y en la posibilidad de que fuera maltratado en algún momento. Recuerdos de lo ocurrido a su hija aquella aciaga noche cayeron sobre ella en tropel, y de repente sintió náuseas. Mirando a Pedro, se dió cuenta de que éste tampoco parecía estar en su mejor momento. Sus miradas se encontraron, y ella adivinó pensamientos muy similares a los suyos en el rostro masculino.


—Quizás sea mejor que vayamos a ver cómo está Joaquín ahora mismo —dijo ella en voz baja.


Pedro asintió. Estirando la mano por debajo de la mesa, Paula le cubrió la mano con la suya y la apretó para tranquilizarlo. Fue un gesto que no pudo evitar y rápidamente retiró la mano, diciéndose que el gesto de consuelo sólo tenía que ver con Joaquín. Con nada más. O quizá no. Pero ahora no tenía tiempo ni energías para recapacitar sobre lo que había hecho. Quizás se lo explicara más tarde. Ahora miró a los otros tres.


—Escuchen —empezó Pedro—. Nuevos planes. Voy a volver al hotel para ver cómo está Joaquín. Paula va a acompañarme para ayudarme. ¿Vienen con nosotros?


Paula tuvo que reconocer que le gustó ver el destello de rabia en los ojos de P.J. al mirarla. Aunque también sabía perfectamente que la joven no dejaría marchar a Pedro solo con ella. Con un suspiro, se resignó a una velada muy, muy larga. 



Oyeron el llanto de Joaquín en cuanto salieron del ascensor. La expresión de Pedro se endureció y él salió disparado hacia la puerta de la suite, utilizando su tarjeta para abrirla. Sin volverse a mirarlos, desapareció en el interior. Para cuando los otros tres cruzaron el pasillo y entraron en la habitación, la señora Turner ya estaba recogiendo sus cosas y preparándose para marcharse.


—Le aseguro que nunca… —estaba diciendo la mujer indignada.


—Váyase, señora Turner —le interrumpió Pedro, a quien le costaba mantener la calma—. Me pondré en contacto con la agencia y me ocuparé de qué le manden el resto de sus cosas mañana por la mañana.


Paula no perdió tiempo con la mujer. Fue directamente al dormitorio y se acercó a la cuna. Allí estaba Joaquín, llorando desconsoladamente. Inclinándose sobre la cuna, lo alzó en brazos.


—Tranquilo, tranquilo —recitó ella meciéndolo suavemente a la vez que lo apretaba contra el pecho—. Tranquilo, cielo, tranquilo.


Los sollozos de Joaquín dieron paso a un largo y sentido suspiro, interrumpido por un sonoro hipido. Y después el niño se calmó, como si la hubiera reconocido y , le estuviera diciendo:


—¡Por fin! ¿Dónde te habías metido?


Paula respiró el dulce olor a bebé y una burbuja de alegría estalló en su corazón. ¡Cómo lo había echado de menos desde el día anterior! Entonces se dió cuenta de que hubiera podido estar allí, cuidando de él, y se dijo que no debía permitir que nada la mantuviera lejos del niño. Aquella vez era importante que siguiera los dictados de su corazón, y no los de su razón. Al menos de momento.

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