viernes, 10 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 18

 —Ni se te ocurra —exclamó ella apartándose un par de pasos—. Puedo andar, créeme, llevo años haciéndolo —dijo, y echó a andar—. Y también llevar al niño.


Caminaron bajo la fina lluvia entre edificios industriales desiertos por unas calles sin prácticamente coches ni rastro de vida. Pedro procuró no pensar en su precioso Ferrari y concentrarse en resolver los problemas que le acuciaban; el primero, salir de un vecindario donde jamás se habrían aventurado por la noche por voluntad propia. Paula también empezaba a sentirse nerviosa, e instintivamente apretó al niño contra ella. La labor de los adultos era proteger a los niños de cualquier peligro, pero ella no había sido capaz de proteger a su hija. Si Franco hubiera tenido más cuidado… No. No quería volver a pensar en ello. Tras el accidente en el que murieron su marido y su hija, pasó meses recriminándose no haberle impedido llevarse a la niña, y necesitó ayuda psicológica para no hundirse en una espiral depresiva que amenazó con volverla loca. Pero ahora las lecciones del pasado podían servirle para proteger al pequeño que dormía confiado en sus brazos. Miró por encima del hombro, deseando estar en una zona más segura.


—¿Llevas algún arma encima? —preguntó a Pedro, aunque en realidad no esperaba una respuesta afirmativa.


—Por desgracia se me ha olvidado traerme la Glock —bromeó él, aunque también miró por encima del hombro—. No se me ha ocurrido pensar que podría necesitarla.


—Ya veo que nunca has sido boy-scout. 


Pedro la miró de reojo sin dejar de caminar.


—¿Y de qué me habría servido? —preguntó.


Paula se encogió de hombros.


—Ya conoces su lema: «Siempre preparado».


—Oh, yo estoy preparado.


—Pero no eres un texano de verdad, ¿No? —dijo ella con un suspiro, como si no ser oriundo de Texas fuera una desgracia.


A él el comentario no le hizo mucha gracia.


—Soy italiano —afirmó él con orgullo—, que es tan bueno como ser texano. O mejor dicho, es mejor.


—¿En serio? Por lo que he oído, los italianos son muy impulsivos. Hablan muy deprisa, gritan un montón, y dicen auténticas burradas. 


—¿Más o menos como los texanos? —dijo él burlón—. ¿Por qué no? Nos gusta disfrutar de la vida, y además de eso somos cariñosos, leales y generosos —bajó la voz hasta quedar en un sensual y bronco murmullo—. Y somos los amantes más apasionados del planeta.


Afortunadamente la oscuridad de la noche ocultó el rubor que cubrió de repente las mejillas femeninas, una reacción que sorprendió profundamente a Paula. Ella era muy consciente de que desde el primer momento había quedado prendada del físico y la virilidad de aquel hombre, pero normalmente no permitía que las emociones le llegaran al corazón. Lo tenía protegido por una gruesa muralla de experiencia, y no toda buena. ¿Sería Pedro capaz de atravesarla? No, ella no permitiría que eso ocurriera.


—Pues me alegro por tí —dijo tratando de hablar con indiferencia—. Supongo que P.J. Keller se alegrará de oírlo.


Pedro frunció el ceño. No le hacía ninguna gracia tener que recordar el desastre en que se había convertido la velada. Tampoco se alegraba de haber hecho nada que pudiera poner a Patricia Jesica Keller contra él. La quería feliz, contenta y dispuesta a hacer lo que él deseaba, y para ello tenía que andarse con mucho tacto con ella. Sin embargo, la noche no había sido una total pérdida de tiempo. Habían encontrado al hijo de su hermano, de quien apenas una hora antes ni siquiera estaba seguro de su existencia. Y ahora Joaquín estaba en brazos de Paula, camino de un chequeo médico completo y una prueba de ADN. 

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