viernes, 10 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 19

El hecho de que la madre de Joaquín hubiera desaparecido le inquietaba, aunque tenía que reconocer que de momento facilitaba las cosas. Tarde o temprano tendría que encontrarla, pero ahora se contentaba con la idea de imaginar la alegría de su madre cuando regresara a Venecia con el hijo de Leonardo en brazos y la escritura del rancho de su familia en la otra mano. Quizá así lograra borrar parte de la tristeza de sus ojos y devolverle un poco de alegría. Ése había sido su objetivo desde el principio, para él, la felicidad de su madre era muy importante. Inmerso en sus pensamientos, Pedro no reparó en el pequeño grupo de matones hasta que éstos se detuvieron delante de ellos impidiéndoles seguir. Sin embargo reaccionó al instante. Estirando un brazo detuvo a Paula y al pequeño y se colocó entre ellos y los tres matones de barrio.


—¿Qué quieren?—les gritó. 


—No sé, tío —respondió uno de ellos en tono chulesco. Alto y delgado, llevaba un pañuelo rojo en la cabeza y lo miraba con las manos en los bolsillos—. ¿Que tienes?


—Nada que pueda servirles —respondió Pedro—. Tienen que dejarnos pasar.


El que había hablado soltó una carcajada.


—De eso nada —dijo, y con un rápido movimiento sacó una navaja del bolsillo.


Pedro miró el arma, consciente de que la situación iba a ser un poco más complicada. Menuda nochecita. ¿Cuánto más podrían empeorar las cosas? ¿Y cuánto más podría aguantar él? No mucho. Harto de verse en manos de situaciones impredecibles y fuera de su control, decidió tomar las riendas y avanzó hacia los hombres con actitud agresiva, maldiciendo en voz alta en italiano, gritando y sacudiendo el puño en el aire con gestos amenazadores En lugar de ser la víctima, se convirtió en el atacante. Paula observaba la escena con una mezcla de temor y perplejidad. A juzgar por lo que había leído y escuchado un montón de veces, aquélla no era la mejor manera de reaccionar. Las cosas podían terminar muy mal. Pero ¿Qué podía hacer? ¿Salir huyendo? No con los tacones que llevaba. Y el niño en brazos. Lo más importante era proteger al pequeño, pero tal y como Pedro estaba reaccionando, no pudo evitar pensar que no tardaría en ver la navaja clavada en su pecho. Sin embargo las cosas no iban como ella había imaginado. Sorprendida, vio cómo el más bajo de los hombres tiraba del que llevaba la navaja.


—Espera, tío —le estaba diciendo—. Tranquilízate ¡Míralo!


—Sí, tío, mira ese traje —estaba diciendo nervioso en el tercero—. Y mira cómo habla. Te digo que es de la mafia, tío. Más vale que no nos metamos con ellos.


—¿Mafia? —repitió el primero.


Los tres hombres miraban a Pedro con incredulidad, que seguía maldiciendo en italiano como un loco.


—No merece la pena, tíos —dijo por fin el de la navaja—. Vámonos.


Y se esfumaron tan rápidamente como habían aparecido. 


Pedro y Paula permanecieron inmóviles, dejando que la adrenalina volviera a sus niveles normales y su respiración se acompasara nuevamente.


—¿Eso es todo? —preguntó ella por fin.


—Eso parece —respondió él volviéndose hacia ella. Sujetándola por los hombros, la miró a los ojos—. ¿Estás bien? —preguntó preocupado.


Ella asintió, todavía con el miedo en el cuerpo. Ser asaltada por unos matones en plena noche no estaba precisamente entre sus aficiones, pero ver a Pedro explotar como un volcán en erupción había resultado mucho más impresionante. Nunca había visto a un hombre así.


—Bien —dijo él soltando una larga bocanada de aire—. Supongo que hemos tenido suerte.


Paula asintió. 

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