miércoles, 15 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 27

Su segundo objetivo era encontrar la manera de que la hija de la antigua amiga de su madre le vendiera el rancho Triple A, y era el que estaba presentando más dificultades. Aunque todavía no se había concentrado en él, por lo que tenía tiempo de sobra para planificar su consecución. Se había puesto en contacto con Patricia Jesica, o P.J., como prefería llamarla, quien al principio le pareció una persona bastante superficial. Sin embargo, enseguida se dio cuenta de que, aunque la joven hablaba como si no le interesaran más que tonterías, en el fondo sabía perfectamente lo que quería, y no iba a lograr convencerla tan fácilmente como hubiera deseado. Incluso podría presentarle más problemas de los que había anticipado. Habían hecho planes para volver a quedar aquella misma noche, en el mismo lugar y a la misma hora, pero esta vez él se aseguraría de que no se equivocaba de mujer. Y pensaba desplegar con ella todo su poder de seducción para desarmarla por completo. Sabía muy bien lo que hacía. Durante los últimos diez años su vida profesional se había dedicado por completo a grandes negocios inmobiliarios, a operaciones mucho más complejas y sofisticadas que el rancho de P.J. Si Patricia Jesica pasaba por problemas económicos, pensaba hacerle una excelente oferta por el rancho. Estaba dispuesto a ser justo, incluso generoso. No era su intención estafar a nadie. Su madre pensaba que Patricia Jesica se negaría a vender el rancho por motivos sentimentales, pero él tenía sus dudas. Más aún estaba convencido de que con la oferta adecuada no encontraría mucha resistencia. Si regresaba a Italia con la escritura del rancho en una mano y el hijo de su hermano en la otra, quizá lograra borrar parte del dolor que ensombrecía constantemente los ojos de su madre. Al menos eso era lo que esperaba. El niño estaba llorando otra vez y sintió ganas de entrar en el pequeño dormitorio que habían improvisado en la habitación más pequeña de la lujosa suite del hotel para ver qué ocurría. Tras dudar un par de minutos, se dejó llevar por sus impulsos. La señora Turner, la niñera, estaba sentada en la mecedora leyendo una novela. Joaquín, por el contrario, lloraba desconsoladamente y agitaba los brazos en el aire.


—El niño está llorando —dijo Pedro.


La señora Turner levantó la cabeza y asintió.


—Llorar le viene bien. Así se le fortalecerán los pulmones.


Pedro no sabía si creerla, pero titubeó.


—¿De verdad?


—No le quepa la menor duda —dijo la mujer esbozando una sonrisa de superioridad que a él empezaba a sacarle de sus casillas—. ¿Por qué si no iban a hacerlo?


Pedro apretó los dientes.


—Creía que los niños lloraban para hacer saber que necesitan ayuda.


La mujer sonrió con condescendencia.


—Eso es sólo en parte. Pero es muy importante no animarlos ni consentirlos, ni siquiera a esta edad. Es mejor que sepan ser autónomos y defenderse por sí mismos.


Pedro quiso poder rebatírselo, pero no tenía argumentos.


—Usted sabe de esto más que yo —refunfuñó por fin dando media vuelta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario