miércoles, 8 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 12

Por mucho que fuera el primo del marido de Agustina, no se parecía en nada a los hombres de Texas que ella conocía. Más le valía andarse con ojo y estar alerta en todo momento.


—Si hay algún problema, quizá te pueda ayudar —sugirió ella—. No quiero que te quedes sin tu ayudante cuando puedas necesitarlo —Paula logró esbozar una sonrisa—. No te preocupes, no intervendré, pero estaré lista para echarte una mano si es necesario.


—Vale —dijo él con escepticismo, pero decidido a no analizarlo demasiado. Se pasó una mano por el pelo y suspiró—. Veamos qué es lo que nos espera adentro.


El edificio estaba sucio y olía a comida. No tardaron en encontrar el departamento. Pedro llamó a la puerta y ésta se abrió. Un hombre de baja estatura y hombros anchos los recibió nervioso y los invitó a pasar. Paula entró en el salón sin saber qué se iba a encontrar. Los dos hombres se acercaron con pasos rápidos a un extremo de la sala, y entonces fue cuando ella vió la cuna. Y se detuvo en seco. No. Un bebé no. Por favor, un bebé no. Empezó a respirar aceleradamente y el pánico se apoderó de ella. Los recuerdos de Michelle, su pequeña de cuatro meses, se apoderaron de sus sentidos y casi gimió en voz alta. Habían pasado dos años desde el accidente de tráfico que se llevó las vidas de su marido, Franco, y de su adorable Candela. Dos años en los que había evitado por todos los medios la posibilidad de encontrarse cara a cara con un niño de carne y hueso. Dió media vuelta, dejándose llevar por el impulso de salir al pasillo y correr lejos de allí. Cualquier cosa para escapar del dolor que ver al bebé representaba. Pero al llegar a la entrada, el bebé empezó a llorar primero con unos ligeros sollozos y después con total desconsuelo. Paula se detuvo, incapaz de dar otro paso. El niño estaba llorando, necesitaba consuelo, y todos sus instintos le hicieron volverse de nuevo. Los bebés eran pequeñas e indefensas criaturas que necesitaban ayuda. Ella era una mujer equipada con el talento y las emociones para dar esa ayuda. Y sin embargo… Se quedó donde estaba, incapaz de acercarse a la cuna, incapaz de salir del apartamento. Cerrando los ojos, intentó respirar profundamente y calmar los rápidos latidos de su corazón. El dolor era casi insoportable. 


Toda la atención de Pedro estaba en el bebé. Al mirar al pequeño de pelo moreno, se preguntó si sería hijo de Leonardo. ¿No había cierto parecido en la cara? Y las manos, ¿no eran como las de su hermano? ¿Era aquel niño todo lo que quedaba de la vida de su hermano? Probablemente sí, y él estaba dispuesto a remover cielo y tierra para averiguarlo. Y si era así, nadie podría quitárselo.


—¿Niño o niña? —preguntó a su ayudante que estaba de pie a su lado.


—Niño.


Tenía que haberlo imaginado. La manta, la ropa, todo era azul. A pesar del desorden de la habitación, la cuna parecía bastante limpia.


—¿Cómo se llama?


—La niñera dice que Joaquín.


—¿La niñera? —por primera vez Pedro levantó la cabeza y miró a su ayudante—. ¿Hay una niñera?


Javier asintió con la cabeza.


—Le he dicho que espere en el dormitorio.


Pedro asintió con la cabeza.


—¿Dónde está Romina? —preguntó después, pensativo.


Sólo la había visto una vez. Era guapa, sí, y agradable, a su manera. Claro que «su manera» resultaba una combinación de incesante conversación superficial v deseo ilimitado de cosas lujosas. Leonardo y ella ya no estaban juntos cuando él falleció en un accidente de avioneta, y nadie supo nada de ella hasta hacía unos meses, cuando empezó a llamar diciendo que había dado a luz al hijo de Leonardo y pidiendo dinero.


—La niñera no lo sabe. Dice que la contrató hace tres días y que Romina tenía que haber vuelto en veinticuatro horas. No sabe cómo ponerse en contacto con ella, y ella no ha llamado. 

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