viernes, 17 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 35

En eso ella estaba de acuerdo. Tenía que recuperar la cordura y volver a su mundo. Sin embargo, cada segundo que pasaba en compañía de aquel hombre no hacía más que empeorar las cosas. El solo hecho de estar sentada allí junto a él parecía solidificar la extraordinaria atracción que sentía por él. Aunque la explicación era sencilla: Estaba buenísimo. Y eso era malo. La atracción sexual era una ilusión que nublaba la mente y llevaba a la gente a hacer muchas estupideces. ¡Y ella debía protegerse! A juzgar por su experiencia personal, sabía que ella era susceptible a la influencia de hombres fuertes, y que tenía que luchar contra la tentación de sucumbir. Y no era fácil. Cada vez que sus miradas se encontraban, cada vez que la mano masculina la rozaba, cada vez que él hablaba y su voz resonaba en su alma, Paula sólo podía pensar en el beso de la noche anterior. Y eso la ponía nerviosa. En un momento incluso tiró la copa de vino. Pedro se apresuró a colocarla de nuevo de pie, y al hacerlo se acercó tanto a ella que su olor la embriagó.


—Para ya —dijo ella para sus adentros, un tanto desesperada—. No vuelvas a hacer eso. 


—¿Que no vuelva a hacer qué? —dijo él en un murmullo echándose hacia atrás, mirándola con los ojos medio entornados—. No estoy haciendo nada.


Paula lo miró sin comprender. Estaba segura de que no había hablado en voz alta. ¿Cómo había podido oírla? ¿Se le habría escapado? ¿Lo había dicho en voz alta? ¡Se estaba volviendo loca! Desde luego que sí, se estaba volviendo loca. Allí estaba, sentada junto a un hombre que nunca sería para ella, pero que podía arruinar su futura vida amorosa si no tenía cuidado. ¿Y qué estaba haciendo? Beber vino como un cosaco. «Muy inteligente, Paula querida. Muy inteligente». Oh. ¿Lo había dicho también en voz alta? No, al menos nadie la estaba mirando. Menudo alivio. Bajando la cabeza, empezó a comer en silencio. Si lograba terminar el plato, a lo mejor podría disculparse y volver a casa a refugiarse en la tranquilidad y el consuelo de un buen libro.


Pedro estaba empujando la comida por el plato. En aquel momento, lo último que le apetecía era comer. La calma que solía caracterizarlo parecería haberle abandonado. Las cosas no iban tal y como él quería. En primer lugar, le preocupaba la actitud de P.J. Parecía tener los pies firmemente plantados en el cemento del rancho familiar, y no iba a ser fácil hacerle cambiar de opinión. Estaba tan resuelta a conseguir sus objetivos como él los suyos. Por otro lado, lo que más le preocupaba era el niño. No sabía nada de niños, pero esta vez sentía la desesperada necesidad de cumplir con su deber y ocuparse del pequeño. Sin embargo las dudas lo acuciaban. Echó Una ojeada al reloj. Lo que quería por encima de todo era despedirse de P.J. y volver al hotel para asegurarse de que la señora Turner no se había quedado dormida en su mecedora dejando a Joaquín llorar desconsoladamente. Miró a Paula, deseando que ésta accediera a aceptar el trabajo de niñera. Instintivamente sabía que podía confiar en ella. Ya la había visto actuar en ese sentido. Aunque en aquel momento Paula tenía una actitud bastante evasiva. Cada vez que la miraba, ella apartaba inmediatamente la vista, como con temor a que él creyera que estaba loca por él. No, él no estaba loco por ninguna mujer. Tenía un par de objetivos claros y enloquecer por una mujer no entraba en sus planes. 

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