miércoles, 22 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 43

 —Más o menos, sí.


—A mí me parece una locura.


—A veces la vida puede ser una locura —dijo él vagamente, restando importancia a sus objeciones—. Pero en el fondo tiene su lógica. La gente se casa por todo tipo de razones. Hacerlo como forma de intercambiar propiedades o fortunas es uno de los métodos más antiguos en todas las culturas.


—A mí me parece demasiado medieval.


—¿De verdad? ¿Por qué volverías a casarte, Paula? ¿Por amor?


Al pronunciar la palabra «Amor» la voz masculina se cargó de sarcasmo, como si no creyera en él. Eso la hizo reflexionar un momento, y darse cuenta de que no podía rebatirle el argumento cuando ella negaba tener necesidad de amar.


—Yo no volveré a casarme —fue la respuesta de Paula—. No necesito un hombre en mi vida.


Pedro se la quedó mirando un momento, y después echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.


—Es increíble, Paula —dijo él—. Pero ésa es la verdad, llevo quince años saliendo con mujeres, y todavía no he encontrado a una con la que quiera pasar el resto e mi vida. A juzgar por la experiencia del pasado, no creo que tampoco vaya a aparecer de repente, así que ¿por qué no utilizar el matrimonio para conseguir algo que quiero?


Paula dió un resoplido con impaciencia. El cinismo de Max era increíble.


—La pregunta es para qué lo quieres.


—Para salvar la vida de mi madre.


Eso la hizo callar, aunque el razonamiento le parecía bastante melodramático. Probablemente se debía a que era italiano, pero sus palabras la hicieron enmudecer. Después de todo, ¿Qué estaría dispuesta a hacer ella por la gente que más amaba?


—Eso no —susurró cuando él se volvió y salió del dormitorio.


Paula lo vió alejarse y después lo siguió hasta el salón, dispuesta a seguir preguntándole sobre el asunto, pero él se le adelantó con otra pregunta. 


—Dime, ¿Qué pensaste de tu cita a ciegas? —preguntó él hundiéndose en el enorme y cómodo sofá.


—¿De quién? ¿De Gustavo? —Paula se dejó caer en un sillón frente a él y alzó la barbilla—. Es evidente que es el hombre perfecto para mí —dijo con un toque de sarcasmo.


—¿Lo es? —preguntó él divertido.


—Por supuesto —Paula se encogió de hombros—. Elegido especialmente por mi mejor amiga, Agustina. ¿No se notaba?


Pedro esbozó una sonrisa.


—Oh, sí, un tipo simpático, y divertido. Me cae bien.


—A mí también —dijo ella—. Es exactamente el tipo de hombre que necesito.


—¿Tú crees?


—Sí —Paula lo miró a los ojos—. Es un hombre tranquilo, calmado y muy… —respiró profundamente—. Muy normal y corriente.


—Normal y corriente —repitió él.


Pedro frunció el ceño pensativo y después arqueó una ceja. Nunca había pensado que ser una persona normal y corriente era una cualidad.


—¿Y eso es positivo?


Paula asintió con la cabeza.


—Yo soy una mujer normal y corriente. ¿Qué tiene de malo ser normal y corriente?


Él la miró con extrañeza. Quizá la expresión tuviera algún significado que él desconocía. 

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