miércoles, 15 de diciembre de 2021

Seducción: Capítulo 29

 —He venido porque tengo que hablar contigo —dijo él—. Eres la única persona que conozco que sabe algo de niños.


—¿Qué pasa? —preguntó ella enseguida, sintiéndose un poco alarmada—. ¿Ha ocurrido algo?


—No, nada. Joaquín está bien. Eso creo —Pedro titubeó.


—¿Entonces qué pasa? 


—Nada. Bueno, sí, algo.


Pedro sacudió la cabeza, buscando la mejor manera de explicar las dudas que tenía respecto a la conducta de la niñera que había contratado sin parecer el candidato ideal a un manicomio. A lo mejor lo que había visto era normal. A lo mejor estaba paranoico. Pero a lo mejor, sólo a lo mejor, la señora Turner era una pésima niñera. Se sentó en un taburete del mostrador y volvió la taza. Paula reaccionó de forma automática y le sirvió café.


—Explícate —le urgió ella con impaciencia—. ¿Cuáles son los síntomas?


Las elegantes manos masculinas se cerraron alrededor de la taza, y Paula lo observó fascinada. Todo lo que hacía él parecía perfecto, hasta la forma de sujetar la taza. Pero aquella tarde no tenía tiempo para desvanecerse. Lo importante era Joaquín.


—¿Y bien? —insistió ella.


—Es que… oh, qué demonios —Pedro levantó la cabeza y la miró con ansiedad—. Es que no para de llorar.


Paula quedó inmóvil y lo miró a los ojos. Franco no había soportado oír llorar a su hija. De hecho, cada vez que la pequeña lloraba, él parecía estar a punto de ponerse furioso. A ella se le aceleró el corazón, pero respiró profundamente y trató de serenarse. Pedro no era Franco. Él no había dicho que le molestara, sino que le preocupaba.


—Bien, empecemos desde el principio —dijo ella.


Pedro asintió.


Que un niño llorara no era extraño. Pero si el llanto era lo bastante frecuente como para preocupar a Pedro, mejor sería investigarlo.


—¿Tiene fiebre?


—No, no lo creo.


—¿Ha eructado?


Pedro puso una mueca de asco.


—No lo sé.


—¿Se lo apoya la niñera en el hombro y le da unas palmaditas en la espalda?


Pedro se quedó pensando un minuto y después asintió. 


—La he visto hacerlo un par de veces, pero no mucho —frunció el ceño—. No me fío de ella. Está obsesionada con no mimarlo demasiado. No sé, debe de creer que está educando a un niño espartano o algo así. No quiere que esté demasiado cómodo, para que no se ablande, así que lo deja llorar.


Paula estaba segura de que Max exageraba, así que no se lo tomó muy en serio. Cerró los ojos, pensando, y cuando los abrió de nuevo negó con la cabeza.


—¿Sabes qué es lo más probable? Que eche de menos a su madre.


Pedro buceó en los ojos femeninos. Aliviado, se dijo que al menos Paula se estaba tomando en serio su preocupación.


—¿Has comprado una buena marca de leche maternizada?


—Por supuesto.


Paula asintió de nuevo, y al momento abrió mucho los ojos.


—Oh, a lo mejor le estaba dando el pecho y puede que no esté muy contento con el cambio a biberón. Quizá llore por eso.


La expresión de Pedro se hundió.


—Pero, Paula, sobre eso no puedo hacer nada.


—No, claro que no. Tendrá que acostumbrarse al biberón.


—¿Cuánto tardará?

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