— ¿Dadas las circunstancias? —inquirió ella, y Pedro no contestó—. Yo responderé por tí —añadió—. Porque estoy ciega. Ibas a decir eso, ¿verdad?
— En parte, Pau, pero no por lo que tú piensas. No puedo explicártelo ahora.
Paula ya no le escuchaba.
— ¿Me llevas a casa, por favor? —preguntó sin ocultar su nerviosismo.
— Sí —hizo una pausa, después de la cual añadió—: Pau ... Ella levantó el rostro, repentinamente esperanzada, pero él sólo dijo:
— Pase lo que pase, quiero que recuerdes que estoy de tu parte. Sorprendida y atemorizada, la chica ya no sabía qué creer.
—¿En serio? ¿En serio estás de mi parte, Pepe?
Le agarró un brazo con firmeza.
— Sí. Te lo prometo.
—Quiero ir a casa—susurró ella. Pensó que regresar a su casa significaba una nueva batalla con su madre. Era una batalla que había supuesto tendría que librar sola, pero cuando el coche se detuvo frente a la mansión, Pedro anunció:
— Entraré contigo.
Beatríz abrió la puerta.
— ¡Oh! ¡Pau, querida! ¡Estaba tan preocupada! Tu madre está furiosa —esto último lo dijo en un susurro.
— ¿Dónde está la señora Chaves? —preguntó Pedro, con frialdad.
— Aquí estoy, señor Alfonso. Tu aspecto es terrible, Pau. ¿Qué diablos has estado haciendo? ¿Trataste de fugarte con él? Antes que la joven respondiera, Pedro dijo: — Se equivoca, señora Chaves. Mañana llevaré a Paula a Toronto para que la vea un especialista; existe la posibilidad de una operación.
— ¡De ninguna manera! — Creo que comprobará que su hija lo ha decidido por sí sola.
— No habrá operación —afirmó, con ira, la señora Chaves—. Ya le he dicho a Paula que no estoy dispuesta a pagar por ninguno de sus ridículos planes.
— Yo me haré cargo de los gastos.
Paula se sentía tensa al percatarse de que, por primera vez, Alejandra se había encontrado con la horma de su zapato.
— Comprendo —dijo su madre, con engañosa calma—. ¿Y qué recibirá a cambio, señor Alfonso?
— ¡Mamá! —exclamó Paula, llevándose las manos al rostro encendido—. No es lo que tú piensas. Sólo quiere ayudarme.
— Realmente, tienes mucho que aprender, hija —dijo Alejandra, riendo con crueldad—. Tu ingenuidad es encantadora, pero está un poco fuera de lugar.
— No toleraré sus insinuaciones, señora Chaves —afirmó Pedro, molesto—. Me siento responsable de Paula por lo que Facundo hizo. Eso es todo.
Paula dudó por un momento respecto a cuál de los dos tenía razón.
— El señor Alfonso tiene razón, mamá. Esto es tan sólo un acuerdo de negocios. Y, sin importarme quién pague, iré.
— Me disgusta tu actitud desafiante —le respondió Alejandra. — Lo siento, pero estoy luchando por algo que es importante para mí.
—Comprendo —afirmó la mujer—. Si estás dispuesta a hacerlo, Paula, no quiero que el vecindario se entere de que no puedo sostener a mi hija, de modo que pagaré los gastos. Su dinero no será necesario, señor Alfonso.
— Perfecto —replicó él—. Te recogeré mañana a eso de las ocho y media de la mañana, Paula. El avión sale a las diez y tengo que internarte en el hospital en cuanto lleguemos a Toronto.
—Gracias —respondió la chica, sorprendida por el tono impersonal que había adoptado él, suponiendo que, delante de su madre, no la tocaría. Y así fue.
— Buenas tardes, señora Chaves—se despidió con formalidad—. Y recuerda la promesa que te hice, Paula.
Cuando la chica oyó que la puerta se cerraba, quiso salir corriendo tras él.
Muy buenos capítulos!!! Pedro es lo más! Ojalá tenga chances de recuperar la vista!
ResponderEliminarQUé buena onda Pedro pero qué vieja bruja la madre.
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