lunes, 18 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 22

— ¿Dadas las circunstancias? —inquirió ella, y Pedro no contestó—. Yo responderé por tí —añadió—. Porque estoy ciega. Ibas a decir eso, ¿verdad?

— En parte, Pau, pero no por lo que tú piensas. No puedo  explicártelo ahora.

Paula ya no le escuchaba.

— ¿Me llevas a casa, por favor? —preguntó sin ocultar su nerviosismo.

— Sí —hizo una pausa, después de la cual añadió—: Pau ... Ella levantó el rostro, repentinamente esperanzada, pero él sólo dijo:

— Pase lo que pase, quiero que recuerdes que estoy de tu parte. Sorprendida y atemorizada, la chica ya no sabía qué creer.

—¿En serio? ¿En serio estás de mi parte, Pepe?

Le agarró un brazo con firmeza.

— Sí. Te lo prometo.

—Quiero ir a casa—susurró ella. Pensó que regresar a su casa significaba una nueva batalla con su madre. Era una batalla que había supuesto tendría que librar sola, pero cuando el coche se detuvo frente a la mansión, Pedro anunció:

— Entraré contigo.

Beatríz abrió la puerta.

— ¡Oh! ¡Pau, querida! ¡Estaba tan preocupada! Tu madre está furiosa —esto último lo dijo en un susurro.

— ¿Dónde está la señora Chaves? —preguntó Pedro, con frialdad.

— Aquí estoy, señor Alfonso. Tu aspecto es terrible, Pau. ¿Qué diablos has estado haciendo? ¿Trataste de fugarte con él? Antes que la joven respondiera, Pedro dijo: — Se equivoca, señora Chaves. Mañana llevaré a Paula a Toronto para que la vea un especialista; existe la posibilidad de una operación.

— ¡De ninguna manera! — Creo que comprobará que su hija lo ha decidido por sí sola.

— No habrá operación —afirmó, con ira, la señora Chaves—. Ya le he dicho a Paula que no estoy dispuesta a pagar por ninguno de sus ridículos planes.

— Yo me haré cargo de los gastos.

Paula se sentía tensa al percatarse de que, por primera vez, Alejandra  se había encontrado con la horma de su zapato.

— Comprendo —dijo su madre, con engañosa calma—. ¿Y qué recibirá a cambio, señor Alfonso?

— ¡Mamá! —exclamó Paula, llevándose las manos al rostro encendido—. No es lo que tú piensas. Sólo quiere ayudarme.

— Realmente, tienes mucho que aprender, hija —dijo Alejandra, riendo con crueldad—. Tu ingenuidad es encantadora, pero está un poco fuera de lugar.

— No toleraré sus insinuaciones, señora Chaves —afirmó Pedro, molesto—. Me siento responsable de Paula por lo que Facundo hizo. Eso es todo.

Paula dudó por un momento respecto a cuál de los dos tenía razón.

— El señor Alfonso tiene razón, mamá. Esto es tan sólo un acuerdo de negocios. Y, sin importarme quién pague, iré.

— Me disgusta tu actitud desafiante —le respondió Alejandra. — Lo siento, pero estoy luchando por algo que es importante para mí.

—Comprendo —afirmó la mujer—. Si estás dispuesta a hacerlo, Paula, no quiero que el vecindario se entere de que no puedo sostener a mi hija, de modo que pagaré los gastos. Su dinero no será necesario, señor Alfonso.

— Perfecto —replicó él—. Te recogeré mañana a eso de las ocho y media de la mañana, Paula. El avión sale a las diez y tengo que internarte en el hospital en cuanto lleguemos a Toronto.

—Gracias —respondió la chica, sorprendida por el tono impersonal que había adoptado él, suponiendo que, delante de su madre, no la tocaría. Y así fue.

— Buenas tardes, señora Chaves—se despidió con formalidad—. Y recuerda la promesa que te hice, Paula.

Cuando la chica oyó que la puerta se cerraba, quiso salir corriendo tras él.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos!!! Pedro es lo más! Ojalá tenga chances de recuperar la vista!

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  2. QUé buena onda Pedro pero qué vieja bruja la madre.

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