viernes, 8 de julio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 48

El primero que cayó en su truco fue su padre, quien se quedó mirándolas confundido, cuando lo alcanzaron en la sala antes que llegaran los invitados.

—Muy listas —sonrió poniendo un brazo alrededor de cada una—. Pau—se volvió y la besó—. Prisci —hizo lo mismo.

—¡Adivinaste! —Priscilla hizo pucheros de desilusión.

—Hice trampa. Puedo saberlo por el perfume que usan —explicó.

—¿No hubieras sabido de no ser por eso? —se animó Priscilla.

—No —contestó con seriedad.

—¿Seguro?

—Seguro.

Pedro fue el primero en llegar y entrecerró los ojos al mirarlas.

—Se supone que debo adivinar a quién besar, ¿no es así?

Priscilla asintió y le costó trabajo no hablar para no dar a conocer su identidad.

Era la primera vez que Paula lo veía desde la noche que estuvo en su apartamento y lo notó cansado a pesar de su sonrisa forzada. Tal vez le remordía la conciencia.

En esa ocasión ni siquiera titubeó sino que se dirigió directamente a Priscilla y la besó confiado en los labios.

Eso no la complació y se quedó mirándolo, furiosa.

—¡Se suponía que no adivinarías!

—¿Hubieras preferido que besara a Paula?

—Sí… quiero decir no —suspiró—. ¿Cómo supiste quién era yo?

—¿No debo saber quién es la chica con quien voy a casarme?

—Supongo que sí —aceptó con tristeza—, pero imagino que Sara está desilusionada porque adivinaste.

Paula se sonrojó ¿Sería posible que Priscilla hubiera adivinado que Pedro la había besado muchas veces?

Pedro  se quedó mirándola con frialdad.

—¿Estás desilusionada?

—Nada de eso. Dentro de un rato llegará mi amigo. Estoy segura de que él estará más que complacido de darme todos los besos que quiera.

—¿Ezequiel? —preguntó tenso.

—Por supuesto —trató de hacer ligera la voz, consciente de que su padre y Priscilla la observaban.

Una vez que los invitados comenzaron a llegar, pudo apartar a Pedro un poco de su mente.

Ezequiel se divertía muchísimo, con el brazo sobre su cintura en forma despreocupada.

—¿Ya mordió el anzuelo? —le susurró al oído.

—¿De qué estás hablando? —Paula frunció el ceño.

—No de qué, sino de quién. Es de Pedro Alfonso, durante los últimos diez minutos me ha estado mirando con odio.

Un movimiento involuntario la hizo mirar en dirección a Pedro y se encontró con su mirada. Sí, los miraba furioso, y no hacía esfuerzo para aparentar otra cosa. Su respuesta fue pararse de puntillas y besar con firmeza en la boca a Ezequiel. Cuando volvió a mirar en dirección a Pedro ya no los observaba, aunque estaba pálido.

—Eso me gustó —murmuró Ezequiel—, pero no la razón por la que lo hiciste.

—No sé a qué te refieres.

—Mentirosa —susurró cerca de su oído—. Pero esta vez te perdono. Sólo deja de hacer sufrir al pobre hombre.

—Eze…

—Lo sé —la interrumpió—. Tengo que dedicarme a mis asuntos, pero por la forma en que me sigue mirando, podría ser asunto mío en cualquier momento. ¡Parece como si quisiera golpearme!

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