viernes, 22 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 31

Al instante supo que la búsqueda había llegado a su fin, y tuvo la extraña sensación de llegar a casa, de ser bienvenida. El cuarto expresaba la personalidad de quien lo habitaba. Tres de las paredes habían sido pintadas en gris perla, y la cuarta estaba cubierta por estantes con libros. Una vitrina con cerámicas se encontraba situada entre las dos ventanas. Desde allí podían verse los campos, el río y las colinas. Había esperado encontrar una fotografía de Pedro, siquiera una del colegio o del grupo de la universidad, pero la única foto que vió, colocada en un marco de plata, era la de una mujer de pómulos salientes y ojos profundos. Paula supo de inmediato que se trataba de la madre de Pedro. Sin apresurarse, eligió un libro y luego se vistió y bajó. Se sentó en el jardín un rato y comió en compañía de Lucrecia. Cuando la mujer se fue a visitar a una amiga, Paula se quedó charlando con Samuel. Por la tarde durmió un rato, se duchó y se puso un vestido azul de punto y zapatos de tacón alto. Cuando Facundo entró en la sala, exclamó:

— ¡Merece la pena venir conduciendo desde la ciudad para esto!

Como si estuviera en todo su derecho, atravesó la habitación y la besó en la boca—. ¿Cómo estás, querida? Te veo mucho más descansada. ¿Qué tal has pasado el día? Él parecía estar encantado de verla, de modo que la sonrisa de Paula fue quizá demasiado cálida al responder:

—Muy bien, gracias. — Me alegro mucho. ¿Te traigo algo de beber? Fue una agradable compañía durante la cena y ella se sintió agradecida. Horacio y Lucrecia habían sido invitados a jugar al bridge, por lo tanto se marcharon después de cenar.

— ¿Así que ahora te tengo para mí solo? ¿Qué te gustaría hacer? Podríamos dar un paseo en el coche, si te parece bien.

Paula recordó en ese instante el camión precipitándose hacia ellos, de manera que contestó:

—No... No me parece bien.

Facundo la abrazó.

—Lo siento, querida. ¿Crees que en algún momento olvidé que el accidente fue culpa mía? ¿Crees que me lo he perdonado? Pero había sido culpa suya, y ella tenía miedo de montar en un coche si era Facundo el que conducía.

— Preferiría no ir, Facu —murmuró—. ¿Por qué no andamos un poco?

—Comenzaba a llover cuando llegué...

A Paula le gustaba caminar bajo la lluvia, pero era evidente que a Facundo no.

— Lo sé. Entonces, ¿por qué no invitamos a Samuel a venir a la ciudad con nosotros? —sugirió—. Podríamos ir los cuatro, con Soledad; ella te caerá muy bien, estoy segura.

— ¡Querida! —Exclamó Facundo—. Samuel es el chófer.

Por un instante la chica pensó que estaba bromeando.

— ¿Tiene eso algo de malo? —inquirió, tajante. — No estoy acostumbrado a ser visto en público con el chófer y su amiga.

— Samuel es un buen estudiante y Soledad no se le queda atrás. Y, además, resulta que son amigos míos.

— Deberías saber que ahora debo tener cuidado al elegir a los míos, Paula. No quiero discutir contigo. Encendamos la chimenea en la  biblioteca y escuchemos música, no tenemos por qué salir. Era una oferta de paz, y en contra de su voluntad ella la aceptó. Le siguió fuera de la habitación. Al llegar a la biblioteca, comenzó a examinar los estantes de libros. Pronto la leña crepitaba en la chimenea al tiempo que Barbra Streisand cantaba seductoras canciones de amor. Facundo se disponía a apagar las luces cuando Paula exclamó:

— ¡Espera un momento, Facundo! Esas fotos son de la familia, ¿No es así?

— Sí —respondió él, sin interés.

Paula se acercó y las miró detenidamente. Horacio y Lucrecia en el jardín. Facundo jugando al tenis, Lucrecia, Horacio y Facundo en una foto más formal y, finalmente, Facundo sentado en los escalones de la entrada principal. Eso era todo. Disimulando su extrañeza, preguntó:

— Si Pedro vivía en esta casa, ¿Por qué no hay ninguna foto suya?

— Se fue de casa a los dieciséis años.

— ¿Y porqué?

— No lo sé. Supongo que siempre fue un solitario y nunca se esforzó mucho por adaptarse. No creo que papá le haya perdonado todavía por habernos dejado.

— ¿Y cuándo volvió otra vez a casa?

— Diez años después, más o menos. Incluso ahora, rara vez permanece aquí más de una semana.

— ¿Tiene otra casa?

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