lunes, 25 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 41

—Te divierte eso, ¿Verdad? Estamos jugando al ratón y al gato.

— Por supuesto. Hacía mucho tiempo que no encontraba una mujer como tú.

— ¿Tendría que sentirme halagada por lo que acabas de decir?

— Ya lo estás. He conocido muchas mujeres, pero todas han terminado por aburrirme.

Ella le sonrió provocativamente.

— ¿Te aburro, Pepe?

—No, Pau, de ninguna manera.

él la tomó de un brazo y el color desapareció de las mejillas de la chica al sentir miedo.

— ¿Qué pasa? Aunque trató de reponerse, tiritaba.

—Tienes frío —comentó Pedro—. Mejor nos vamos. En silencio recogieron sus cosas y llegaron hasta el coche. Paula se recostó en el asiento, sintiéndose muy cansada y deprimida. Aunque Pedro condujo a bastante velocidad, llegaron tarde a la casa. La limousine estaba estacionada en el garaje.

—Parece que papá y Lucrecia ya han vuelto —comentó Pedro.

—Pensé que no vendrían hasta mañana.

— Yo también.

—Hace bastante que no te ven. Les agradará que estés en casa.

Él se encogió de hombros.

—Quizá. ¿Me acompañas a verlos?

Ella había planeado subir derecha a su habitación y cambiarse de ropa antes de la cena, sin embargo, respondió:  Por supuesto, estoy deseando saber qué tal se lo han pasado. Él abrió la puerta principal y condujo a la chica hacia la sala. Lucrecia, elegante como siempre, estaba de pie al lado de la ventana, fumando un cigarrillo en una larga boquilla. Los oyó entrar y se volvió para saludarlos.

— ¡Qué alegría veros! Qué bien te veo, Paula, la compañía de Pedro te sienta de maravilla. Me alegro de que estés otra vez en casa, Pepe.

— Hola, Lucrecia. Cada día estás más guapa.

— ¡Adulador!   —rió Lucrecia, pero evidentemente encantada—. ¿Qué has hecho desde que nos fuimos, Pau? Menos mal que Pepe apareció justo cuando estabas sola y necesitada de compañía.

— Es cierto. Cuando Facu me llamó por teléfono anoche, le pude decir que estaba en buenas manos.

— ¿Dijo cuándo llegaría?

— No antes del fin de semana.

— Los Thurston vienen a las ocho; cenarán con nosotros. Quizá Carlos traiga más noticias de Facundo, ya que acaba de llegar de Vancouver.

— Mejor subo a cambiarme, entonces —sugirió Paula.

— Estás muy bien —intervino Pedro, con tono burlón. La voz que se oyó desde el umbral de la puerta era cortante.

— Paula es invitada nuestra, Pepe. Por favor, quiero que lo tengas en cuenta.

Hubo un silencio mortal. Luego Horacio atravesó la habitación y los dos hombres se miraron fijamente.

— Hola, papá —dijo Pedro con mucha calma—. Bienvenido a casa — levantó su vaso en un saludo burlón—. ¿No vas a corresponderme?

— Por supuesto que me alegra que estés de vuelta —afirmó Horacio con notoria falta de sinceridad. Lucrecia interrumpió.

—Horacio, dame otra copa, por favor. ¿Mereció la pena tu viaje, Pepe? ¿Conseguiste lo que buscabas?

— Sí. Pero quizá vuelva este verano para ver cómo siguen las cosas —repuso sin poder ocultar su entusiasmo.

— ¿Has visto a Facundo desde que volviste? —preguntó Horacio, interrumpiéndole.

— No, ya se había ido a Vancouver.

— Está trabajando en un asunto importante, incluso para el país.

El mensaje era claro, pensó Paula. El trabajo de Facundo era muy importante; el de Pedro no.

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