domingo, 31 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 57

— Es que no me di cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que fue demasiado tarde. Pedro piensa que estoy enamorada de Facundo.

— Debes hacer algo. ¿Dices que Pedro se ha ido?

 — Sí y no sé dónde.

— Déjame pensar — permaneció pensativa unos instantes y luego añadió—. Ya lo sé.

— ¿Sabe dónde puede estar?

En vez de contestar, Lucrecia preguntó:

—¿Pedro te ama?

— No lo creo. La razón por la que necesito verle es para aclarar las cosas: cree que soy la amante de Facundo.

— ¡Qué ridículo! Con sólo mirarte uno se da cuenta de que no lo eres. Parece que está celoso. Y si lo está, podemos deducir que se ha enamorado.

—Ojalá tuviese razón —suspiró—. Pero por la forma en que se comportó anoche, creo que me odia.

—En su pabellón de pesca —observó Lucrecia, con calma—. Allí debe estar.

— ¿Cómo lo sabe?

— Porque cuando tiene algún problema, no es felíz, o simplemente necesita aislarse de todo, se va allí. Es su refugio. Alcánzame una hoja de papel y te haré un mapa. Tienes que seguir el río hasta llegar a Kipewa. El pabellón se encuentra a la orilla del lago Kipewa, a unos cuatro kilómetros del pueblo. Lo mejor sería esperar a la tarde, ya que Horacio llega a eso de las cuatro, y luego Samuel te puede llevar. No es un viaje para hacerlo sola, —palmeó a la chica en el hombro—. Estará allí. Estoy segura.

—Así lo espero. Gracias, Lucrecia.

—Te voy a dar un consejo. En apariencia, Pedro es rico, guapo, inteligente. Todo eso y más. Pero no en el fondo, creo que tiene mucho miedo de confiar en otra persona, en especial si la ama. Porque esa persona puede marcharse. Si sintió que le rechazaste, eligiendo a Rick, le debe haber resultado insoportable. Si entiendes eso, Paula, y si los dos pueden luchar hasta limar las diferencias,entonces, tendrás un hombre maravilloso. No creas que porque quiero tanto a Facundo no veo las virtudes de Pedro.

—Nunca pensé eso, Lucrecia, y sé que él aprecia lo que usted ha hecho por él durante años. Gracias otra vez.

Paula fue a su habitación y se sentó en la cama para mirar el mapa que Lucrecia le había hecho. Tenía el carnet de conducir en la cartera. Podría llegar en cuatro o cinco horas. En cambio, si esperaba a Samuel llegaría de noche. Llovía. El buen sentido le decía que debía esperar a Samuel. Pero su instinto la empujaba a partir de inmediato. Era como si el mismo Pedro  la estuviese llamando, pero eso era una tontería. La razón por la que se había marchado era para huir precisamente de ella. Por fin se decidió. Escribió una nota pidiendo disculpas y se dirigió corriendo hacia el garaje, a través de la lluvia. Había allí dos coches. Eligió el Chevrolet y partió. Le llevó pocos minutos familiarizarse con los cambios. Estaba en camino.

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