domingo, 24 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 36

— No te preocupes, ya me ha sucedido otras veces. Aunque no me sentí tan mal como ahora.

—El doctor Saunders llegará pronto. Supone que has contraído la malaria.

— Así es... estuve un par de años en África.

— Hay mucho que desconozco de tí —observó ella. Él trababa de controlar el temblor que sacudía su cuerpo. Sin pensarlo, Paula le agarró una mano, tratando de transmitirle calor.

—No te vayas, por favor — suplicó él.

— Me quedaré tanto tiempo como me necesites —prometió la chica, mientras las lágrimas asomaban a sus ojos. Le pareció deprimente ver a un hombre tan vigoroso asirse a su mano como un niño. El doctor Saunders era un hombre vivaz, con escaso cabello cuidadosamente peinado. Sus movimientos eran rápidos y precisos, y su mirada astuta y amable a la vez.

— Suéltale la mano, Pedro. Ella volverá cuando yo te haya examinado.

Paula abandonó la habitación. Intuía que el doctor Saunders, al igual que Rolando, se alegraba de ver nuevamente a Pedro en Hardwood. Cuando más tarde salió el médico de la habitación, preguntó:

—¿Están Horacio y Lucrecia en casa?

— No, estarán fuera durante una semana.

—Ya veo. ¿Sabes algo de enfermería? —la chica movió la cabeza negando—. Está peor de lo que suponía y me pregunto si no sería mejor internarle en el hospital. Aunque sería más agradable para él permanecer en casa. Le explicó lo que ella debería hacer en caso de quedarse Pedro allí. Paula afirmó:

—Estoy segura de que podría arreglármelas —dudó un instante—. ¿Es un ataque más fuerte de lo habitual?

— Creo que el accidente ha debilitado sus defensas.

— ¿El accidente? —repitió ella, perpleja.

—De modo que no te lo dijo. Típico de Pedro, siempre oculta sus problemas.

—¿Qué accidente? —volvió a preguntar Paula.

— Al parecer, una semana después de llegar allí, un miembro de la tripulación quiso fotografiar el mar, desde las rocas, durante una tormenta. Fue arrastrado por el agua, y se habría ahogado de no ser por Pedro. Desgraciadamente, el mar lo golpeó contra las rocas y se rompió algunas costillas y se hizo una herida en la pierna que le impidió moverse. Además, perdió mucha sangre.

— Eso explica el porqué no vino a verme. Pero, ¿por qué no me lo hizo saber? —susurró ella.

— Por dos razones, según creo. La primera es que estaban aislados, a muchos kilómetros de toda región habitada. Allí no hay caminos, ni oficinas de correos, y tampoco teléfonos. En segundo lugar, Pedro se acostumbró a la falta de interés de sus padres en lo referente a sus problemas; nunca se le habría ocurrido avisarles.

A pesar de su preocupación, Paula suspiró con alivio: el silencio de Pedro tenía una explicación, además él estaba en casa... El médico miró su reloj de pulsera.

—Me retiro. Llámame esta noche a casa si empeora. De lo contrario, pasaré mañana a primera hora camino del hospital. Ella le sonrió, agradecida.

—Gracias. Adiós, doctor Saunders.

Durante las horas siguientes, Pedro se sumió en un sueño intranquilo. Rolando  llevó un catre de una de las habitaciones vecinas, y lo armó para que ella pudiera descansar en la habitación ; Samuel la sustituyó un rato para que cenara.

—Llámame si me necesitas. ¿Estás segura de que puedes encargarte de todo tú sola? —le preguntó Samuel.

— Es lo menos que puedo hacer. Si no fuese por él, aún estaría ciega.

— ¿De modo que lo que sientes por él es gratitud?

— Por supuesto.

— No te canses demasiado. Buenas noches, Paula.

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