lunes, 18 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 18

Mientras se peinaba, pensó que su vida había cambiado durante los dos últimos días y que no podría volver a la que había llevado desde el accidente hasta entonces. Con Pedro había caminado por entre la multitud, comido en restaurantes, asistido a un concierto. Todo eso la hacía desear más. Pensó que, con un perro-guía, tendría aún más libertad. Se propuso entonces convencer a su madre a la hora del desayuno. Paula había terminado de desayunar, cuando oyó los pasos de Alejandra en la escalera. Tomó otro sorbo de café, procurando disimular los nervios.

 — Buenos días —dijo, animada—. ¿Has dormido bien?

—Tan bien como puedes suponer.

La respuesta no resultaba alentadora. No obstante, y procurando hablar con amabilidad, la joven preguntó:

— ¿Compraste ropa en California? ¿Qué llevas puesto ahora? Habitualmente, era posible distraer a Alejandra  hablándole de su guardarropa, pero hoy no era así.

— Un traje verde —replicó, fastidiada. Paula  sabía que Alejandra siempre vestía con elegancia. La imaginó bronceada, después de dos semanas tomando el sol, y en perfecto estado físico, ya que hacía gimnasia todos los días. Con cuarenta y nueve años, Alejandra podía decir que tenía cuarenta. Había dedicado casi toda su vida a mantenerse en forma y a alejar los signos del envejecimiento.

— Espero que hayas recuperado la sensatez, Pau. Estoy segura de que las atenciones del señor Alfonso te han resultado halagadoras, pero es evidente que eso no puede durar. No sé a qué está jugando al hacerte falsas promesas, pero eso tiene que terminar.

Paula suspiró.

— Lo único que ha hecho es mostrarme que tengo dos opciones: seguir como hasta ahora o tratar de mejorar al máximo mi situación. La decisión es mía, no suya. Quiero salir con más frecuencia, estar entre la gente, hacer cosas —hizo una pausa, como dudando, y añadió—: Habitualmente no hablamos de mi padre, ¿no es cierto? Pero te diré que, mientras decidía qué hacer, no pude evitar pensar que él me habría alentado..

— ¡Tu padre! —exclamó Alejandra, interrumpiéndola—. No te permitiré que actúes como tu padre, hoy aquí y mañana allí, siempre volando a algún lugar desconocido y nunca en casa cuando se le necesitaba. Tu lugar está junto a mí.

—Mamá, yo...

—Me lo debes —prosiguió Alejandra—. No ha sido fácil para mí, estando sola, criarte desde que tenías cinco años. Y aun antes de eso, tu padre no era una gran ayuda. Abrumada tanto por el veneno en las palabras de Lorna como por esta nueva perspectiva del matrimonio de sus padres, la chica preguntó con timidez:

—¿No le querías?

— ¡No! ¡Le detestaba!

— Posiblemente ésa era la razón por la que nunca estaba en casa.

— No estamos aquí para discutir sobre tu padre — afirmó furiosa—. Estamos hablando de tí.

—Temes que me parezca a él, ¿No es cierto? Y que me vaya y te deje sola — afirmó Paula con suavidad, mientras tomaba, por vez primera, conciencia de la actitud posesiva de su madre—. Pues no lo haré.

— Deja de  hablar como si fueras un psicoanalista  —replicó Alejandra—. Después de todos los años que te he dedicado, me debes algo. No quiero que vuelvas a ver a ese tal Pedro Alfonso. Es una influencia negativa para tí.

—¿Por qué? —preguntó Paula, tratando de entender lo que acababa de oír.

— Noto un cambio en tí;  estás más impertinente...

—Creo que tendrías que felicitarle —interrumpió Paula, con frialdad—. ¿No lo entiendes, mamá? Él me ha hecho vivir, me ha hecho  recobrar la confianza en mí misma. ¿No te alegras?

— Sólo puedo repetir que no quiero que venga más aquí. Esta tarde se lo diré. Paula se inclinó  hacia delante, como aferrándose al mantel blanco.

- Lo único que quiere es que yo aprenda Braille y que tenga un perro guía .Eso es todo.

—¡Nada de perros!

-Si tuviese uno, podría salir sola, incluso volver a la universidad. Mama… Tengo veintiún años, y no puedes impedírmelo —afirmó Paula, armándose  de todo su valor.

-Mi querida niña —se reía Alejandra—. Olvidas lo esencial: el dinero. No tienes  dinero propio. Y yo no te lo daré para una idea tan descabellada.

-¿No quieres que supere mi ceguera? —Pregunto Paula, mientras las rodillas le  temblaban bajo la mesa—. Deberías estar contenta porque quiero ser más independiente, no sería tanta carga para tí.

-Ignoras la realidad, niña —dijo Alejandra con frialdad—. Supongamos que consigues tu licenciatura, aunque no veo cómo podrías hacerlo .Después  ¿qué? ¿Crees que podrías obtener trabajo? Por supuesto que no. La idea es ridícula. Es muy cruel por parte del señor Alfonso crearte falsas esperanzas.

 A pesar de su convicción, Paula comenzó a dudar ante la firmeza con que su madre  acababa de expresarse. Posiblemente tenía razón, y  ella debía  aceptar sus limitaciones en lugar de luchar por superarlas. Como  si hubiera adivinado las dudas de su hija, Alejandra añadió, decidida.

-Esta tarde  le diré que no quieres volver a verle. Créeme, a la larga será lo mejor para tí, Pau.

Paula se llevó las manos a la cara, sintiéndose demasiado confundida y alterada como para contestar. Se preguntaba si quien tenía razón era Pedro, con su modo de ser dominante y su insistencia  en que  ella superase su impedimento, o su madre, diciéndole que fuera realista y aceptara su situación. Decidida, Alejandra se levantó, empujando la silla hacia atrás.

-Hoy  tendré dos mesas de bridge, de modo que puedes bajar y conversar con la gente a medida que los invitados vayan llegando. Espero que Jésica juegue mejor que la última vez. Será mejor que hable con Betty respecto a la comida. Además, la sala necesita una buena limpieza. Descuidó un poco las cosas mientras estuve ausente.

Paula permaneció sentada, inmóvil, sabiendo que, para Alejandra, el asunto estaba concluido. Ella, Paula, debería quedarse en casa aquella tarde y, por la noche, cumplir su tarea de hablar amablemente con el asmático coronel Fawcett, el galante doctor Snider y la coqueta Jésica Harper. Pensó que no podría soportarlo. Se dirigió hacia una ventana abierta junto a la cual permaneció de pie mientras le llegaba la fragancia del jardín junto con el sonido de los coches que pasaban por la calle, un perro que ladraba... el mundo, saludándola, exhortándola a formar parte de él.

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