domingo, 24 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 38

— Me pregunto qué excusa habrás utilizado para meterte en la cama de Facundo.

— Nunca lo hice —contestó la chica con furia—. ¡Ya te lo dije! Te mintió al decirte que había hecho el amor conmigo.

— ¿Por qué habría de molestarse en decir una mentira semejante?

—Porque sabía que irías a verme, y quería que pensaras que tenía algún derecho sobre mí.

— ¿Y lo tiene?

— No, por supuesto que no.

— No pareces muy segura.

— ¿Por qué estás tan enfadado?

Con sorprendente rapidez, la inmovilizó y la besó en la boca. No había ternura en ese beso; con terror, ella trató de liberarse.

— Sal de mi cama, Pau, a menos que desees que Rolando o alguna de las criadas te encuentre aquí.

Avergonzada y herida, ella exclamó con amargura:

—Tus tácticas de cavernícola no me impresionan. Quizá fuera mejor que Facundo te diera una o dos lecciones en cuanto a técnica.

— Sal de mi dormitorio, bruja.

Paula saltó de la cama y la grisácea luz de la mañana hizo brillar los pliegues de su camisón de nylon. Se colocó la bata sobre los hombros, y huyó de la habitación. Su dormitorio le ofreció una especie de refugio. Pedro era como una tormenta, pensó. ¿Cómo abrigar la esperanza de comprenderle? Había sido tierno y apasionado con ella, pero también cruel y violento. Pareció estar celoso de Facundo, aunque eso significara que la quería para sí. Quizá era una explicación demasiado simple el atribuir su proceder a los celos.

— Señorita Chaves, ¿puedo entrar, por favor?

Paula abrió la puerta y se encontró con una de las criadas, que le llevaba el té.

—Oh, gracias —murmuró. — ¿Cree que debería llevarle algo al señor Alfonso?

—No, debe estar dormido.

Poco después de haber bajado Paula, llegó el doctor Saunders, tal como le había prometido. Después dé ver a Pedro, se reunió en el comedor con ella.

—Está mejorando —dijo—. Es un hombre muy fuerte, pero deberá cuidarse durante un día o dos. Encárgate de eso, Paula.

—No me imagino a nadie impidiendo que Pedro Alfonso haga lo que tiene ganas de hacer.

El médico soltó una carcajada.

—¡Tienes toda la razón, por supuesto! Bueno, ahora está durmiendo, y esperemos que tenga el buen sentido de permanecer en Cama hoy. Creo que no tendré necesidad de volver por aquí.

 Después de comer, Paula dormitaba en un sillón de la biblioteca cuando entró Rolando.

—¿Señorita? Teléfono para usted, la telefonista dijo que era una conferencia.

Al levantar el auricular, oyó la voz de Facundo:

 —¿Cómo está mi chica favorita? Se sintió muy contenta al oír su voz.

—Hola Facu, qué agradable sorpresa.

—He salido pronto de la reunión y he llamado para saber qué tal estabas.

-Bien. ¿Cómo van los negocios?

Él describió las maniobras y complicaciones de su último contrato. «Ése era su mundo, el de las finanzas y negocios», pensó Paula.

—Lo siento, debo estar aburriéndote —observó él.

—Me temo que esta llamada te costará mucho.

—¿Y eso qué importancia tiene? Es maravilloso oír tu voz. ¿Ya han vuelto mis padres?

—No. Volverán dentro de un par de días.

—¿Qué has hecho desde que me fui?

—Bueno, muchas cosas. Pedro volvió ayer.

— Ya veo —dijo Facundo con frialdad.

—Estuvo enfermo. Tuvo un accidente y se lastimó una pierna. Además, contrajo la malaria. Tuvimos que llamar al doctor Saunders.

-¿Quién le cuida?

-Samuel y Rolando—replicó ella, evasiva—. He ayudado, por supuesto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario