domingo, 31 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 56

—Sí que tiene que escucharlas. Desde que murió su madre, usted ha ignorado a Pedro. Peor que eso, actuó como si le odiara. Todavía le odia, ¿no es cierto? No le importa que haya sido herido en Newfoundland salvando la vida de un hombre. Ni siquiera lo sabía, ¿no es así? Ni se molesta en preguntarle nada. Del mismo modo que esta mañana ni se preocupó de preguntarle a dónde iba.

— Sí me importa —replicó Horacio, al parecer atormentado por los remordimientos.

— No le creo. No muestra ningún interés por su bienestar, su carrera, por nada de lo que le rodea. Le habla como si fuese un completo extraño.

— Eso es cierto. Es un extraño para mí, y reconozco que en gran parte es por mi culpa. Pero no me acuses de no quererle, Paula... porque eso no es cierto.

— ¿De veras le quiere?

— Sí. Pero con los años perdí la facultad de comunicarle ese amor. Ni creo que él lo quiera ahora.

— Sí lo quiere, Horacio. Pero, al igual que usted, ha tenido miedo de demostrarlo. Miedo de que usted le rechazase nuevamente.

— Después de la muerte de Ana, una parte de mí también murió. Al principio no podía soportar tener a Pedro cerca, porque sólo me recordaba días más felices. De modo que le alejé. Y a través de los meses y los años, eso se transformó en un hábito... ¿Cómo sabes que aún le importo?

— Me lo dijo.

— Debe sentirse muy cerca de tí para confiarte algo tan íntimo.

— Quizá se sintió cerca en el momento de decírmelo, pero ya no.

— ¿Y por eso quieres verle? Todos en casa pensábamos que Facundo y tú...

— Facundo les hizo pensar eso... pero yo no le quiero.

— Amas a Pedro.

Con los ojos llenos de lágrimas, confesó en voz baja:

—Sí.

— Muy bien. Averiguaré si ha vuelto a Newfoundland. ¿Y porqué no le preguntas también a Lucrecia? Siempre hubo una especie de compenetración entre ellos y mi mujer podrá darte alguna idea acerca de su paradero. Si ninguno de los dos te pudiéramos ayudar, esta noche enviaremos un mensajero por medio de la policía para que se ponga en contacto con nosotros.

— Se pondrá furioso.

—Tonterías. Ya es hora de que aclaremos esto.

—Lamento haberle hablado con dureza.

— Yo no siento que lo hayas hecho. Dijiste varias cosas que debían ser dichas. No te preocupes y desayuna, todo saldrá bien.

Rolando entró con una fuente de frutas frescas. Dándose cuenta, con sorpresa, de que tenía hambre, Paula se sirvió fruta, completando su desayuno con tostadas y café. Eran las nueve y media, de modo que pasarían dos horas más antes de que Lucrecia hiciese su aparición. La chica supo que no podría esperar hasta mediodía, un sexto sentido la empujaba, instándola a averiguar a dónde había ido pedro. Por lo tanto, se dirigió al dormitorio de Lucrecia. La mujer estaba despierta y desayunando en la cama. Cuando vió a Paula, dijo sin entusiasmo:

—Hola, te has levantado muy temprano.

— Sí. Lucrecia...

—Algo sucede. ¿Se trata de Facundo?

— No, no tiene nada que ver con Facundo. Por lo menos, no directamente. Se trata de Pedro. ¿Sabe dónde está?

— No. ¿Debería saberlo?

—Se ha marchado.

—Querida, posiblemente se fue hasta la oficina de correos a enviar algunos de los horribles trabajos que estaba haciendo.

—Se ha llevado todo.

—Bueno, quizá debía asistir a una conferencia o una reunión. Volverá.

—No lo creo, Lucrecia. Tuvimos una terrible pelea anoche.

— ¿Una pelea? ¿A causa de qué?

—De Facundo.

—Ah, sí, Facundo. Tengo entendido que están otra vez comprometidos.

Paula trató de actuar con diplomacia.

— No, no lo estamos, Lucrecia, ni lo estaremos. Estoy enamorada de Pedro.

— ¡Dios mío! Esto me pilla desprevenida.

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