domingo, 31 de julio de 2016

Una Luz En Mi Vida: Capítulo 59

— ¿Se siente bien?

— ¿Qué le pasó... al señor Alfonso?

—Lo llevaron, junto con Abel, en una ambulancia al hospital de Hotetown. Su amigo estaba inconsciente. Había mucha sangre, pero no creo que haya pasado nada grave. Su amigo tuvo suerte. Ese camino es muy malo y, con la lluvia de hoy, debe estar muy resbaladizo. Paula cerró los ojos ante la poco alentadora descripción aunque sabía que Leandro no se lo decía por maldad. Los volvió a abrir.

— Usted dijo que el señor Alfonso regresaba al pueblo, pero eso no puede ser —señaló Paula.

—Claro que sí. Uno se puede dar cuenta por las huellas de las ruedas.

Ella se preguntó el motivo por el cual Pedro habría de abandonar el pabellón casi inmediatamente después de llegar.

— ¿En dónde queda Hopetown? —preguntó ella.

— A unos veinte kilómetros. Doble a la izquierda en Kidston y siga unos ocho kilómetros. No puede perderse.

—Gracias por su ayuda —dijo ella, poniéndose de pie y procurando que las rodillas no le temblaran tanto.

— ¿Se siente bien, señorita? La llevaría yo mismo, pero le prometí a Patricio que le arreglaría hoy el coche.

— Gracias, Leandro. Estaré bien. Buenas tardes —replicó Paula, segura de que Leandro la habría llevado si hubiese podido. Antes de salir, le sonrió, con infinita gratitud. Otra vez la lluvia. Agachando la cabeza, cruzó la calle, corriendo, hasta el Chevrolet. Le temblaban tanto las manos que tuvo que permanecer quieta un minuto, respirando profundamente para tratar de calmarse. Sabía dónde estaba Pedro y, dentro de quince minutos le vería. Leandro había dicho que Pedro no estaba gravemente herido... pero quizá se había cortado y había sangrado. Alejó de su mente una serie de imágenes pesimistas y emprendió el camino que Leandro le había indicado, alejándose del pueblo.

Las indicaciones del hombre resultaron precisas. A medida que se aproximaba a su destino, Paula sentía más miedo. La descripción que del accidente le había hecho Leandro empezaba a adquirir en su mente proporciones de pesadilla. Pensaba que un accidente automovilístico había privado a Pedro de su madre; que otro le había quitado a ella la vista. Se preguntaba cuales serían las consecuencias del tercero. Era casi de noche cuando Paula vislumbró un grupo de luces amarillas, en un cerro, y un cuartel, anunciando la proximidad del hospital de Hopetown. La joven llegó hasta el estacionamiento. Abandonó el coche y caminó hacia la entrada principal con dificultad. Al entrar en el edificio, pálida, se acercó al mostrador de información.

—Por favor, ¿puede decirme si está aquí ingresado el señor Pedro Alfonso? — preguntó a una enfermera rubia.

—¿Alfonso? Espere un momento —dijo la enfermera, mientras revisaba un fichero—. Urgencias. Vaya hasta el final del pasillo, doble a la derecha y siga hasta la tercera puerta a su izquierda — indicó, iniciando de inmediato una inspección de sus uñas.

—Gracias —dijo Paula, y comenzó a avanzar con prisa, por el pasillo, siguiendo las indicaciones de la enfermera. Al final, encontró un letrero que decía: «Para pasar, llame al timbre». Lo hizo. Oyó que un niño lloraba. En uno de los sillones, un anciano estaba sentado, mirando fijamente al suelo. Oprimió otra vez el timbre, y una enfermera entró apresurada. Sally percibió tensión e impaciencia en la mujer.

— ¿En qué puedo servirle? —preguntó la enfermera con amabilidad.

— ¿Es aquí donde está Pedro Alfonso?

— Sí. Ya va a salir. ¿Ha venido a buscarle?

Paula tragó saliva y se le nubló la vista mientras susurraba:

— ¿Puedo verle?

—Claro que sí. Pase por aquí —respondió la enfermera, mirándola fijamente.

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