viernes, 9 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 58

—Sí... Ella le hizo una pregunta crucial.

—¿Entonces me crees, Pedro?

 —Sí —respondió él en voz baja—. Te creo.

Miró a los tres hombres. El más joven sonrió embelesado.

—Es como un culebrón en directo.

El contratista se dirigió a Paula con verdadero interés.

 —¿Paula, tu madre es la razón por la que le tienes tanto miedo al matrimonio?

—Su madre ha estado casada ocho veces —respondió Pedro—, y su padre pasa de una amante a otra con la misma rapidez con la que ustedes son capaces de verter cemento. Por eso ella decidió que el matrimonio era algo horrible.

El obrero de la derecha se retiró un poco el casco de la frente.

—Estoy felizmente casado con mi novia del colegio. Y nuestra vida mejora a medida que va trascurriendo el tiempo. Sin duda tenemos altibajos y aunque los chicos son estupendos, como todos los hijos nos traen problemas. Pero Cecilia y yo somos duraderos como los cimientos de éste edificio.

El contratista sonrió.

—Les voy a confesar que llevo quince años enamorado de la misma mujer. Es lo que deseo —se volvió hacia el otro hombre—. ¿Y tú, Manuel?

—Estoy divorciado —dijo Manuel.

—Bueno —dijo el contratista—. Dos de tres, no está mal.

—Hagamos que sean tres de cuatro, Pau —dijo Pedro mientras le ponía la mano en el hombro, sabiendo que estaba dando un paso gigantesco—. El único modo de averiguar que quiero estar contigo para siempre es casándote conmigo, viviendo conmigo y teniendo hijos juntos, para darles el amor que tú no recibiste. Entonces tal vez, dentro de veinte años, te darás cuenta de que la felicidad y el amor, el amor de verdad, van de la mano.

—De acuerdo, chicos. Volvamos al trabajo —dijo el contratista, sonriéndole a Paula.

—Mañana nos vemos —le dijo  al capataz—. A las ocho en punto.

—Mariana nos ha invitado a tomar el té —dijo Pedro.

—De acuerdo, entonces te veo dentro de un rato —le dijo Paula, que rápidamente se montó en su coche y salió de allí.


Cuando Pedro llegó a casa de Mariana, las dos mujeres estaban en el solárium.

—Ah, aquí está el té —dijo Mariana—. Gracias, Marcela. Siéntate, Pepe—sirvió el té de una tetera de plata—. Tú también, Pau.

Paula, para sorpresa de Pedro, hizo lo que Mariana le pedía.

—Cómete un sandwich. ¿Quieres leche, Pepe?

Pedro asintió y engulló un par de sandwiches en pocos minutos. Hacía casi un día entero que no probaba bocado.

—Por lo que veo, parece que todo sigue igual. Pau, la primera vez que ví a Pepe era un bebé de mantilla. Lo conozco muy bien y lo admiro enormemente. Es...

—Mari —dijo Pedro—. Cállate.

—Cállate tú —resopló ella—. Si Pepe dice que está enamorado de tí, Pau, lo está. Ni peros, ni nada; él no hace las cosas a medias. Así que deja de pensar en que él te va a abandonar cuando decidas hacer algo nuevo, o cuando estés enferma; él no va a desaparecer como tu padre o los maridos de tu madre. Él no.

—Eso es lo que dice él —contestó Paula de mala gana.

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