lunes, 26 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 6

—¿Pedro? —Marcela asomó la cabeza por la puerta del despacho de Matías—. El guardabosque Baird por la línea dos. Dice que esperará.

Pedro asintió hacia la secretaria personal de Matías antes de finalizar la llamada con el guardabosque Thompson sobre la reparación y limpieza de varias zonas de acampada. Era la época que menos le gustaba en el parque. Las cascadas quedaban reducidas a un simple chorro de agua y las pistas estaban desgastadas por los veraneantes. Sin apenas lluvia en esa época, los incendios forestales controlados dejaban una nube de humo en todas partes, sobre todo por el calor que aún reinaba.

Nico quería observar la entrada en hibernación de los osos negros, pero aún faltaba para eso. En esos momentos estaban tan activos que entraban en los coches y los campamentos en busca de comida. Pensó en el regreso de Matías junto con su familia al día siguiente por la tarde. Iría a recogerlos al aeropuerto. Las tres semanas se habían pasado volando. Había estado tan ocupado haciendo el trabajo de una docena de hombres que no se había dado cuenta del paso del tiempo. El respeto que sentía por Matías no había hecho más que aumentar. La noche anterior había cenado en casa de Baird para conocer a la prima de su esposa y no había salido mal del todo. Candela era dentista en Bishop, California, y una mujer muy atractiva. Aunque ella había insinuado que le gustaría volver a verlo, no había querido animarla y no podía fingir otra cosa. No le gustaba herir los sentimientos de los demás.

—¿Francisco? —tras colgar, contestó a la segunda línea—. Siento haberte hecho esperar.

—No pasa nada. Me imaginé que si anoche hubiera saltado alguna chispa ya me lo habrías dicho. Sabes que si quisieras que Candela se quedara un día más…

—Siento darte la razón —Pedro suspiró aliviado—. Es inteligente y hermosa, pero…

—No tienes que explicar nada. Ya sé a qué te refieres. Antes de conocer a Karen yo iba de mujer en mujer. Tu problema es que ya estuviste casado una vez.

«No exactamente», pensó Pedro.

—Por cierto, la cena estaba deliciosa. Gracias.

—A Karen le encantó la botella de vino que llevaste. A ver si la próxima vez hay más suerte.

—¿Sabes una cosa, Fran? En cuanto vuelva Mati de Miami me voy de vacaciones. ¿Quién sabe? A lo mejor conozco a alguien —sin embargo, en el fondo no lo creía—. Ahora tengo que dejarte. Hablamos más tarde —Pedro pulsó la línea de Marcela—. ¿A qué hora tengo mañana la reunión con el superintendente Telford? — comentar las ideas que tenía el hombre para promocionar el parque les llevaría tiempo.

—A las diez y media de la mañana.

—¿Podrías llamarlo y preguntarle si le vendría bien a las nueve y media? —el vuelo de Matías llegaba a las cuatro y media y no quería llegar tarde.

—Yo me encargo. ¿Quieres que te lleve algo de comer?

—¿Hace falta preguntar? —Pedro rió—. Trae el trabajo y mucho café.

 —Eres tan malo como Matías. Te echaré de menos cuando no estés sentado en su silla.

—Por si no te habías dado cuenta, la dichosa silla es de Mati, con todas mis bendiciones.

—¿Quieres decir que no te gustaría ser jefe?

—Si alguien me necesita —Pedro gruñó—, voy a inspeccionar los daños en el campamento de Lower Pines.

—Buena suerte.

Los dos se echaron a reír porque sabían que era el que estaba en peor estado. Pedro colgó el teléfono y salió por la puerta. Acababa de subirse a la furgoneta cuando le llegó otra llamada. Era el típico lunes.

—Guardabosque Alfonso —contestó.

—¿Pedro? Soy Leonardo. Hemos perdido la señal del helicóptero de Tomás Fuller en algún punto del monte Paiute. Ha debido de caer —Pedro soltó un gruñido—. He avisado a las unidades de rescate de tierra y aire, pero les llevará un buen rato llegar al lugar del accidente.

Pedro sujetó el teléfono con fuerza. Se trataba del vuelo que el superintendente le había pedido que autorizara. Quería más arqueólogos para el parque y había conseguido fondos.

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