viernes, 30 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 19

—¿El qué?

—Cuando supe que tenías una hija llamada Olivia, me dí cuenta de que también era hija mía, porque sabías que siempre quise que mi primer hija se llame así. Quiero formar parte de su vida y ayudarte a cuidarla. Pero hay algo sobre mi estado que podría influir en tu decisión de hablarle a ella sobre mí. Llegado el caso, te entendería y las dejaría tranquilas.

—Qué noble por tu parte —Paula se sintió conmocionada—. ¿Y cuál es ese estado?

—Tengo un trozo de metralla alojado en el corazón. Es inoperable. Mientras no se mueva, estaré bien. Aún sigo aquí, pero no hay garantías. Olivia tendría que saberlo.

Paula apenas podía tragar saliva ni respirar, y mucho menos responder.

—Cada dos meses me hago una revisión en una clínica privada. Nadie conoce mi estado salvo el agente Manning y el jefe Rossiter. El hecho de que lleve diez años sin problemas me da esperanzas. Pero sólo Dios sabe cuánto tiempo tengo.

—¿Me estás diciendo que temes morir por esa herida y que por eso jamás intentaste ponerte en contacto conmigo?

—No. Ya te he explicado el motivo por el que seguí estando muerto para tí, pero ahora que sé que tengo una hija… todo ha cambiado —dijo él emocionado—. Sé que dirás que no tiene sentido que aparezca ahora y las ponga en peligro, pero he hablado con mis superiores y hemos llegado a la conclusión de que diez años han minimizado el riesgo, siempre que permanezca en el parque. La casualidad de que solicitaras el puesto de arqueóloga me facilitará poder ver a nuestra hija a diario.

—Eso ya no es posible. He renunciado al puesto.

—Si lo aceptas —continuó él—, no habrá lugar más seguro en el mundo para nosotros. La seguridad es especialmente fuerte ahí dentro. Quiero conocer a mi hija, Paula. Siempre y cuando sepa la verdad sobre mí y crea poder soportarlo.

Paula temblaba. ¿Cómo iba a decirle a Olivia que su padre estaba vivo y a la vez que podría morir en cualquier momento? ¡Era una locura!

—Te he dicho que no quiero tener nada que ver contigo.

—Me hago cargo, pero ¿Vas a castigar a Olivia sin un padre dispuesto a amarla? ¿Cómo crees que se sentirá si descubre que decidiste mantenerla alejada de mí después de saber que sigo vivo?

—Sólo lo descubriría si tú se lo dijeras.

—Ya te he dicho que no lo haré, pero ¿Estás segura de que nunca nos encontraríamos de nuevo accidentalmente?

Los pensamientos de Paula retrocedieron a una conversación que había mantenido recientemente con Olivia: «Estudiamos la historia de California. La señora Darger nos puso un video el otro día. A finales de curso vamos a ir de excursión a Yosemite».

—Esto es una pesadilla —sacudió la cabeza.

—¿Por qué? ¿Qué le has contado sobre su padre? ¿Sabe siquiera la verdad?

—Sí —casi gritó a la defensiva—. Sí —repitió en un murmullo en un intento de calmarse.

—¿Y por qué es una pesadilla? A no ser que estuvieras a punto de casarte con otro y que ella ya lo considere su padre…

—No hay nadie más —Paula agarró el teléfono con más fuerza. Había salido con otros hombres, pero no se había sentido capaz de llegar a nada serio con ellos.

De repente se le ocurrió que a lo mejor era Fernando el que estaba con alguien. Las mujeres que había conocido en Kabul habían envidiado su relación con él. Podía tener a cualquier mujer que deseara y se había convertido en un hombre aún más atractivo.

—¿A qué hora volverá Olivia del colegio?

 —¿Por qué? —la inesperada pregunta disparó todas las alarmas.

—Porque mientras estamos hablando voy de camino hacia tu puerta. Si crees que podrá con toda la verdad, tendremos que trazar un plan antes de verla por primera vez. Y si al final no aceptas el puesto en el parque, tendremos que hablar del derecho de visitas.

—No…

—¿No crees que su intervención será crucial cuando averigüe que podrá venir a verme al parque siempre que quiera? De tó depende cómo gestionemos este asunto.

—Fernando, por favor no lo hagas… —suplicó ella desesperada.

—Me llamo Pedro Alfonso. Es una de las muchas cosas que Olivia y sus abuelos deberán saber sobre mis ficticios antecedentes. Por cierto, los ví anoche abandonar el departamento. Hace años te dije que tenía ganas de conocerlos, pero jamás pensé que la oportunidad tardaría diez años en presentarse. Es el mejor momento para discutirlo todo.

—Te-tendrás que darme cinco minutos.

—No hay problema. No pienso moverme de aquí.

Paula era consciente de ello y las implicaciones la aterrorizaban. La puerta se abrió y ella, pálida y con el brazo escayolado en cabestrillo, se hizo a un lado para que Pedro pudiera entrar. Él respiró aliviado. No detectó ningún cambio visible en ella, salvo que se había puesto sandalias y cepillado el sedoso cabello. En el interior del departamento le llamó la atención el colorido del decorado y los tiestos artísticamente colocados por todo el salón. Todo reflejaba la cálida personalidad de la mujer de la que se había enamorado. Había creado un ambiente acogedor y confortable para ella y su hija.

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