viernes, 30 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 16

—Tengo entendido que me ha dejado recado para que lo llame —Paula se puso rígida.

¿Cómo había podido hacerle eso? A ella y a su hija.

—¿Paula? —parecía angustiado. Sin duda lo estaría. Había costado diez años, pero al fin había caído en su propia trampa—. No cuelgues —suplicó—. Tenemos que hablar.

—Estoy de acuerdo —dijo ella.  A pesar de que Olivia estuviera viendo la televisión, sus afiladas orejas lo registraban todo—. Sería una descortesía por mi parte no expresar a unos hombres tan valientes mi gratitud por rescatarme junto al piloto. Cuando esté algo más recuperada, enviaré una nota oficial a cada uno de ustedes para agradecer su extraordinario valor.

—Paula… —él repitió su nombre, pero en tono más grave y saturado de emoción.

—Si fuera tan amable, le agradecería que comunicara a su jefe que he decidido no aceptar el puesto —Paula se armó de valor para no caer rendida ante su poder—. Me envió unas flores junto con una nota en la que me daba la bienvenida al parque. Ayer hablé con mi jefe del CDF y le hice saber que había cambiado de idea. Estoy segura de que se lo comunicará oficialmente, pero dado que trabaja a las órdenes del jefe Rossiter, lo sabrá antes si se lo dice usted. Adiós, guardabosque  Alfonso, y gracias otra vez por su extraordinario gesto de valor. Ni el piloto ni yo lo olvidaremos jamás —tras lo cual colgó mientras respiraba hondo para intentar recuperar el control.

—Ese guardabosque era muy majo —en cuanto su madre colgó, Olivia apagó el televisor.

—Sí lo era.

—¿Podemos dormir esta noche en casa?, me gustaría que viniera Sofía.

—Seguramente nos quedaremos allí el resto de la semana —lógicamente, las chicas necesitaban hablar—. Nos iremos a San Francisco el domingo.

—¿Los abuelos se quedarán con nosotras hasta entonces?

—Al menos, esta noche. Después, seguramente se adelantarán. Ya conoces al abuelo. Le cuesta quedarse en un sitio mucho tiempo.

—Sí, siempre anda dando vueltas por ahí. A la abuela la vuelve loca.

—Ahora podrá llevarte a tí con él —Paula sonrió a su observadora hija—. Tendremos que organizarnos y asegurarnos de llevar todo lo necesario para vivir en casa de la abuela hasta la gran mudanza.

—¿Y cuándo será eso?

—No antes de que me quiten la escayola, dentro de seis semanas. En cuanto lleguemos a casa de la abuela te matricularemos en un colegio cerca y buscaremos un sitio para vivir que no esté lejos de ellos. No creo que abandonemos definitivamente Santa Rosa hasta al menos dentro de dos meses.

El contrato de alquiler de su departamento finalizaba en diciembre. Tenía tiempo suficiente para instalarse en San Francisco sin prisas. No tenía trabajo, pero ya se ocuparía de eso más adelante. Tenía suficientes ahorros para vivir durante varios meses.

—¿Puedo invitar a Sofi a casa de la abuela este fin de semana?

—Sí, y puede que a Valentina. También invitaremos a Juliana y alguna vez podrás ir tú a su casa —con el tiempo, Olivia haría nuevos amigos, pero de momento bastaría así.

Oyó pasos y vio entrar a sus padres en la habitación. Olivia corrió a abrazar a su abuela.

—Viendo tu aspecto nadie diría que has sufrido un tremendo accidente —el rostro de su padre se iluminó al verla—. ¿Te sientes tan bien como aparentas?

—Mejor —mintió Paula mientras le daba un beso en la mejilla. Le dolían todos los huesos del cuerpo y la conversación con Fernando la había alterado mucho—. El médico me ha dado el alta. Estoy lista para salir de aquí.

—Ya tengo las maletas preparadas —Olivia abrazó a su abuelo.

—Entonces, vámonos.

—¿Qué vas a hacer con las flores?

—No podemos llevárnoslas —Paula miró a su hija—. Podríamos pedir que se las entreguen a algún paciente que necesite que lo animen.

—Toma tu bolso —la niña asintió.

—Gracias.

—La enfermera viene con la silla de ruedas —su madre miró por la puerta.

—¿Puedo empujarte yo, mami?

—Se lo preguntaremos a la enfermera, pero no veo por qué no.

El viernes por la mañana, Pedro estaba sentado en el coche en el aparcamiento para invitados de la urbanización de Paula. El agente Silvio Manning, su contacto en la CIA, esperaba a la vuelta de la esquina una señal para unirse a él. La conversación telefónica mantenida con Paula el miércoles, tal y como se había temido, había sido inútil. Tampoco tenía demasiada fe en lo que estaba a punto de hacer, pero era imprescindible si quería conseguir que lo escuchara. Desde el día anterior había vigilado la actividad en el departamento. Por la noche una pareja mayor había salido de la casa en un coche de lujo. Debían de ser los padres de Paula. Ambos tenían los atractivos rasgos físicos que su hija había heredado. Hacía escasos minutos había visto a su hija por primera vez. A las ocho y media una mujer al volante de un Toyota y acompañada de una niña rubia había aparcado frente a la casa. Instantes después, una chica morena de mediana estatura había salido por la puerta vestida con una blusa verde y azul y unos vaqueros. Su cola de caballo se balanceaba al andar mientras saludaba con la mano a su amiga del coche.

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