miércoles, 28 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 14

—Pepe…

—Es una de esas coincidencias que desafía toda lógica. Mientras la subíamos en la cesta, ella me miró y gritó mi nombre. Los chicos se imaginaron que Fernando debía de ser su marido, y no les resultó extraño que lo llamara a gritos.

—Y el guardabosque Thompson te dió sin querer la noticia de tu paternidad esta noche —Matías juntó las piezas—. Te juro que te cambió la cara en un instante.

—Hace un rato llamé a Leo —Pedro asintió—. Mi niña tiene diez años.

—¿Te dijo su nombre?

—Olivia.

—Eso es más concluyente que una prueba de paternidad, siempre te gustó ese nombre —Matías dejó escapar un silbido.

—¿Qué voy a hacer?

—¿Qué quieres hacer?

—Menuda preguntita…

—Lo mismo iba a contestarte yo —espetó su jefe.

—No lo entiendes. Mi corazón aún late, pero ese trozo de metralla podría moverse de repente, y sería el final.

—Cierto, pero no ha sucedido en diez años. Yo diría que has superado las expectativas.

—Quizás, pero según mi contacto de la CIA, los operativos de Al-Qaeda aún me buscan. Sabemos que su paciencia es legendaria. A pesar de que el programa de protección de testigos nos haya mantenido a salvo hasta ahora, siempre seré un fugitivo. Lo mejor para Annie y para Roberta sería que desapareciera otra vez antes de que ella salga del hospital.

—Tu guerra particular terminó hace mucho —Matías sacudió la cabeza—. Las probabilidades de que os encuentren son un millón de veces inferiores a las de que ella se viera involucrada en un accidente de helicóptero en el parque. ¿Qué mejor lugar que éste, relativamente asilado, para protegerla? ¡Tú no te vas de aquí!

—Tienes todo el derecho del mundo a despreciarme por haberme hecho pasar por otra persona durante años —a Pedro le escocían los ojos.

—No seas idiota, ¿Me odiarías si fuera yo quien estuviera en tu situación?

—Ya conoces mi respuesta.

—Veo que nos entendemos. Ahora que vuelvo a ser jefe, te doy todo el tiempo que necesites para ocuparte de los asuntos pendientes de estos últimos diez años — Matías se encaminó hacia la puerta—. Y pensar que Romina y yo hemos estado hablando durante toda la luna de miel de buscarte a la chica adecuada…

—¿Durante toda la luna de miel? Espero que no.

—No —su jefe rió—. Buenas noches, Fernando, ¿o debería decir doctor Gonzalez?

—¿Sabes lo raro que me suena eso?

—No tanto como le sonará a Paula el nombre de «Pedro». Va a tener que aprender a llamarte así. Olivia no tendrá problemas. Te llamará simplemente «papá».

—No nos adelantemos a los acontecimientos. Paula sabe que estoy vivo — Pedro respiró hondo—. Tengo la sensación de que jamás me perdonará por el largo silencio.

—Entonces tendrás que lograr que vuelva a enamorarse de tí. Romi dice que eres todo un rompecorazones. Por cierto, no te hablé de mi conversación con el jefe Samuel antes de partir de luna de miel.

El viejo jefe Paiute era un vidente. Cada vez que hablaba, a Pedro se le ponía la carne de gallina.

—Se vió a sí mismo como un halcón peregrino volando más rápido que una flecha hasta el nido de su compañera en los riscos que dominan el valle. ¿Te das cuenta de que hace al menos una década que no vemos anidar a ningún halcón peregrino? Da escalofríos de pensarlo —antes de cerrar la puerta a sus espaldas, añadió—: Recuérdame que le dé un abrazo de oso al superintendente por conseguir una nueva arqueóloga para el parque.

Pedro  no podía permitirse el lujo de dormir. Durante toda la noche se dedicó a beber café y a idear distintas maneras de abordar a Paula. A la mañana siguiente había llegado a la conclusión de que lo único que podía hacer era llamarla al hospital antes de que fuera dada de alta. Era un comienzo. Si rechazaba la llamada, o le colgaba, tendría que pensar en otra manera de llegar a ella. A las ocho de la mañana la impaciencia le pudo y telefoneó al hospital San Gabriel de Stockton. Al fin logró averiguar en qué habitación estaba y llamó. Entre la cafeína y la adrenalina, estaba tan nervioso que no dejó de pasearse por el salón mientras esperaba a que alguien contestara al teléfono.

—¿Sí? —dijo una joven voz femenina.

—Hola —si estaba en lo cierto, era su hija la que había contestado. Increíble—. ¿Es la habitación de la señorita Chaves?

—Sí.

—¿Podría hablar con ella, por favor?

—Ahora mismo no puede ponerse. ¿Quién la llama?

—El guardabosque Alfonso.

—¿Es uno de los hombres que rescató a mi madre?

—Sí —la dulzura de aquella niña le derretía el corazón—. ¿Qué tal está?

—El médico dice que podrá irse a casa esta tarde.

—Eso es estupendo —Pedro tragó con dificultad—. ¿Y tú quién eres?

—Su hija, Olivia.

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