viernes, 30 de diciembre de 2016

Identidad Secreta: Capítulo 18

Paula  mantuvo la mirada fija en el sobre marrón que seguía en el suelo. El instinto de supervivencia le aconsejó quemarlo sin ver su contenido. Si era cierto lo que le había contado el agente Manning, no quería ver las fotos de un hombre que jamás había intentado ponerse en contacto con ella desde su salida del hospital.

Fernando  había visto una salida a su relación y la había tomado. Si contactaba con ella en esos momentos era porque había descubierto que tenía una hija. Había hablado con ella por teléfono. Había vigilado su casa y la había visto salir. ¿Quién se había creído que era para volver después de diez años y exigir hablar con ella? Jamás permitiría que se acercara a Olivia. Iba a hablar con Carlos Radinger, un buen amigo de su padre. Era el mejor abogado del norte de California. Lo contrataría para conseguir una orden de alejamiento, pero lo mantendría en secreto para su familia. Si Fernando era tan paranoico que había decidido estar muerto para ella, se alejaría de toda publicidad que centrara la atención sobre él u Olivia. Sin querer desperdiciar ni un segundo, tomó el sobre del suelo y se dirigió al teléfono.

—Radinger y Byland —contestó una recepcionista.

—Hola, soy Paula Chaves, la hija de Miguel Chaves—no recordaba cuándo había utilizado por última vez el nombre de su padre para abrirse paso—. ¿Está el señor Radinger?

—Sí, pero está ocupado con un cliente.

—Puedo esperar. Es extremadamente urgente.

 —Podría tardar bastante.

—No me importa esperar.

—Muy bien.

Paula puso el altavoz y se tumbó en la cama. Lo mejor sería mirar el contenido del sobre, por si el abogado le preguntaba al respecto. Con un solo brazo útil, le costó un poco abrirlo, pero al fin salieron de él seis brillantes fotos en blanco y negro. Posó su mirada en una de ellas. Sólo se veía un cuerpo masculino tumbado de espaldas. Tenía un enorme boquete en el pecho. Había tanta sangre cubriéndole el rostro que no habría sabido quién era de no reconocer la forma de la cabeza de Fernando. Sus ojos se posaron en otra foto que lo mostraba boca abajo sobre una camilla. La base de la columna parecía haber sido cortada con una sierra. Antes de correr al cuarto de baño a vomitar el desayuno, soltó un grito que resonó en toda la habitación. Cinco minutos después regresó temblando al dormitorio. Durante unos segundos no reconoció el sonido del teléfono. Había olvidado la llamada al abogado. Con las piernas temblorosas se acercó a la cama y volvió a marcar.

—Radinger y Byland.

—Ho-hola. Soy Paula Chaves otra vez.

—Me alegra que haya vuelto a llamar. Aún está ocupado. ¿De verdad quiere esperar?

—No —ella se tambaleó—. He cambiado de idea. Por favor, no le diga que he llamado. En caso necesario ya lo llamaría para concertar una cita.

—Muy bien. Buenos días.

Paula colgó. Estaba conmocionada por las fotos. Una de ellas mostraba un primer plano del sanguinolento rostro cubierto de cortes. Escondió las fotos bajo la almohada y, presa de la angustia, cayó sobre la cama y lloró.

Cuando el móvil empezó a sonar, no se encontraba en disposición de contestar, pero quienquiera que fuera no se rendía. Se incorporó con dificultad y consultó la pantalla del teléfono. Podrían ser sus padres, o el colegio de su hija, aunque sabía bien quién era. Paula temió que aún estuviera a la puerta de su casa. ¿Y si esperaba el regreso de Olivia del colegio para abordarla, forzando una confrontación entre los tres? La abuela de Olivia tenía previsto recoger a la niña y a su amiga, comprar algo para cenar y llevarlas a casa. Sintió pánico. Si alguna veía a Fernando, lo reconocería enseguida. Había regresado de Afganistán con muchas fotos, la mayoría de las cuales estaban repartidas por la habitación de su hija. Ella misma conservaba algunas junto a la cama. El resto estaba en un álbum que la niña repasaba a todas horas y mostraba a sus amigas. Fernando la había colocado en una situación insostenible. Estaba condenada hiciera lo que hiciera, pero si se negaba a hablar con él, sería capaz de cualquier cosa y eso afectaría a su hija. Tenía que protegerla.

—¿Qué quieres? —respondió al fin.

—Hablar.

—No tenemos nada de qué hablar. Siento enormemente el horror que sufriste, pero no temas: para Olivia y para mí sigues igual de muerto. Así quiero que sigan las cosas.

—Pues tu deseo podría hacerse realidad en cualquier momento.

—¿Quieres decir que vas a desaparecer de nuevo? —ella se paró en seco.

—No voy a ir a ninguna parte, pero hay algo más que deberías saber sobre mí.

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