viernes, 9 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 57

—De acuerdo, Pedro Alfonso—anunció Paula—. Tú lo has querido. Salí corriendo de Chamonix porque trastocaste toda mi existencia y tuve miedo. Daniel se marchaba a casa a pasar el fin de semana, así que me fui con él. En el club sólo me estaba consolando porque yo me había pasado más de dos horas llorando en su hombro. Estaba muy triste porque no sabía cómo podía quedarme contigo y al mismo tiempo no podía soportar la idea de dejarte así.

Él la miró en silencio. El viento despeinaba su melena roja como el fuego. Sus ojos brillaban con franqueza.

—Estabas abrazada a su cuello.

—Estaba agotada —le soltó—. Me habría caído si él no me hubiera agarrado. Sabía que si me quedaba en el hotel de Chamonix contigo, correría el peligro de enamorarme de tí. ¿Y luego qué? ¿Casarnos? ¿Como mi madre, que se casa con todos los hombres de los que se enamora? Ni hablar.

—¿Estás enamorada de mí, Paula? —le preguntó él con urgencia.

Ella se pasó la mano por el pelo.

—¡No! Bueno, tal vez. No lo sé. Nunca he estado enamorada en mi vida. Y después de hablar con tu asistente, me sentí tan mal que decidí no volver a pensar en tí.

—¿Y lo has conseguido?

Ella lo miró con rabia, porque lo cierto era que había fracasado miserablemente.

—Da igual.

 —Dímelo. Quiero saberlo.

—Pedro, hasta que estuve contigo en Chamonix sólo me había acostado con un hombre —anunció—. A los diecinueve años me acosté con un conocido mío porque quería saber qué era el sexo. No me gustó mucho, desde luego no sentí nada especial, y por ello no sentí nunca la tentación de repetir la experiencia.

—¿Y todos esos artículos de los periódicos y revistas?

—Ya sabes cómo son los medios de comunicación. Si miro de reojo a un hombre, me estoy acostando con él. Así venden más.

A él le había pasado lo mismo.

—Entonces Daniel es un viejo amigo —repitió—, que sólo te estaba consolando. —Su novia llegaba desde Trieste al día siguiente —dijo Paula.

Pedro se frotó el cuello mientras pensaba en el día que habían hecho el amor; la sorpresa de ella, sus reacciones, casi como las de una virgen y supo que le estaba contando la verdad. Jamás había sido promiscua. Al contrario. Había sido una mujer muy casta.

—Creo que te he interpretado mal, Pau —dijo con pesar—. No hay modo de disculparme por todo ello.

—Bueno, supongo que daba un aspecto bastante convincente, allí bailando con Daniel —dijo ella de mala gana.

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