miércoles, 7 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 52

—¿Entonces volverá dentro de un par de días? —preguntó Pedro con los dientes apretados.

—Oh, sí, es una persona muy seria con su trabajo —dijo la recepcionista—. La verdad, no me importaría haberme ido yo a Ardlaufen con él; aparte de ser guapo, es muy buena persona. ¿Pero qué posibilidades tengo yo estando alguien como Paula Chaves? Es bella y rica. Algunas personas son muy afortunadas.

—Gracias por tu ayuda —dijo Pedro, consiguiendo esbozar otra sonrisa.

Quince minutos después estaba en la carretera de camino a Ginebra. Lo acompañaban los demonios de la duda; demonios que la misma Paula había suscitado en él desde que se habían conocido. ¿Sería de verdad incapaz de ser fiel, como ella le había sugerido? ¿O capaz de pasar de su cama a la de Daniel? Era imposible. Paula no haría eso. Siendo cauta y miedosa, como bien sabía él que era ella, había huido de sus sentimientos y de Slade. Oportunamente, Daniel, un viejo amigo, se habría ofrecido a llevarla al aeropuerto, aprovechando que él iba para allá.

El acostarse con Paula le había vuelto el mundo del revés, dando pie a un torrente de emociones nuevas para él. Pero ella era más vulnerable que él y no sabía aún cómo enfrentarse al lado apasionado de su naturaleza. Estaba claro que había echado a correr por miedo. Le había pedido que no la siguiera, pero debía hacerlo. ¿Qué otra elección tenía? Sacó su móvil y consiguió el número de un detective privado a través de su contacto en Chamonix. Lo llamó y le dió unas pocas y claras instrucciones. A los quince minutos tenía la respuesta. Paula y Daniel iban de camino a Hamburgo. Paula había adquirido el pasaje en el aeropuerto, mientras que Daniel había reservado el suyo hacía dos semanas. Decidió tomarse aquella información como prueba de que aquel viaje no había sido planeado y continuó conduciendo. El detective privado había enviado a alguien a la sala de llegadas del aeropuerto de Hamburgo. Así que en cuanto llegara a la ciudad, sabría dónde habían ido Daniel y Paula.

No estaba equivocado. La timidez de Paula, la sorpresa que había asomado a su cara como el sol al amanecer, su pasión desenfrenada; todo ello le decía que no debía sospechar de ella. Se agarraría a esa esperanza. Y seguía agarrado a ella cuando llegó a Hamburgo al atardecer. Allí se enteró de que  Daniel y Paula se habían ido a Ardlaufen en el Volkswagen azul de Daniel. Habían ido a un restaurante a cenar e iban de camino a un club nocturno en Günter Strasse.

Pedro alquiló otro coche, compró un mapa y estudió la ruta. Ardlaufen era una bonita ciudad a orillas del río Elba, con calles alineadas con casas altas de tejados a dos aguas y arbustos y jardines cuidadosamente arreglados. Pedro vió que el club nocturno estaba en el sótano de un almacén; entre los coches aparcados junto a la acera estaba el Volkswagen azul. Salió del coche y estiró los hombros. Había sido un día muy largo, desde esa mañana temprano cuando se había levantado para ir a esquiar con Paula en Chamonix, hasta ese mismo momento en el que estaba delante de un local en una pequeña localidad al norte de Alemania.

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