martes, 6 de diciembre de 2016

Seducción: Capítulo 45

Mientras conducía por la ondulada campiña, él decidió que pasarían la noche en su departamento de Manhattan. Le prepararía algo para cenar y haría lo posible para hacer desaparecer la expresión de dolor de los ojos de Paula. Sin embargo, cuando estaban cerca del aeropuerto sonó el teléfono móvi.

—Alfonso—dijo él—. ¿Cómo? ¿Que se echan atrás? ¿Por qué? —añadió con desesperación.

Paula lo miró. Pedro estaba muy tenso y agarraba el teléfono con fuerza. El hombre de negocios implacable, pensaba mientras se estremecía por dentro; estaba claro que en ese momento se había olvidado totalmente de ella. La conversación duró unos minutos más.

—¿Has enviado un avión para que me recoja en Lexington? Gracias, Antonio. Saldré de inmediato.

Cerró el teléfono y se lo guardó en el bolsillo.

—Era mi asistente. Tengo que volar directamente a Oslo. Ha habido un problema muy gordo y es posible que cuatro meses de trabajo se vayan al traste —rotó los hombros con nerviosismo—. Lo siento, Pau, no sabes cuánto siento dejarte ahora después de haber conocido a tu madre hoy.

Pero lo que Paula sintió sobre todo fue alivio. Ella podía estar sola. Estando sola podría pensar en lo que iba a hacer con respecto al hombre que estaba sentado tan cerca de ella. El hombre que sabía de ella más que nadie en el mundo.

—No te preocupes —dijo Paula con tranquilidad—. Entiendo lo importante que es para tí tu trabajo.

Su trabajo era importante para él; muy importante. ¿Entonces por qué se sentía tan mal sólo de pensar en dejarla?

—¿Adonde vas a ir? —le preguntó Pedro.

—¡Ah!, de vuelta a Europa, supongo —dijo ella con vaguedad—. Tal vez a esquiar. La nieve está de maravilla en Los Alpes en esta época del año.

—Europa y Los Alpes cubren mucho territorio. ¿Podrías ser más específica?

—Iré a St. Moritz, o posiblemente a Chamonix.

Él detuvo el coche en el estacionamiento de vehículos de alquiler y apagó el motor.

—Dile a Antonio dónde vas a estar cuando te decidas. Él contactará conmigo donde esté.  Cuando ella contestó con vaguedad, él continuó con impaciencia.

—Hazlo, Pau. Hemos pasado ya la parte de jugar al gato y al ratón. Por amor de Dios.

—De acuerdo, lo haré —contestó ella con desgana.

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