viernes, 23 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 11

  –No hace falta que vayas, otros pueden analizar los datos. Ahora tienes que recuperarte.

 

–Pero me necesitan. Y son mis sismómetros los que están allí arriba – protestó Paula.

 

–¿Son tuyos?

 

–Bueno, no. Los compramos gracias a una donación, pero los datos... ¿Se ha dañado el equipo?


 –Andrés me dijo que pudieron recuperarlo y están analizando los datos del ordenador portátil. 


–¡Menos mal! ¿Cuándo podré salir de aquí? Creo que podemos utilizar los datos para averiguar lo que va a pasar en el volcán. Si podemos predecir una erupción con éxito, se podrá utilizar el mismo proceso con otros volcanes y salvar muchas vidas.


Le gustaba ver la pasión con la que hablaba de su trabajo. A él le pasaba lo mismo, pero tenía que decirle la verdad.

 

–La conmoción cerebral es una de tus muchas lesiones.

 

Paula se miró a sí misma y se fijó en la escayola del brazo.

 

–Puedo subir al Baker con el brazo en cabestrillo –le aseguró Paula.


 –¿Y qué harías si te resbalaras? Ya es bastante difícil tu trabajo como para hacerlo con una sola mano. Y también has sufrido lesiones internas, como un pulmón colapsado, algunas costillas rotas y contusiones. Por no hablar de que has tenido que pasar por dos operaciones.

 

–¿Dos operaciones?


 –Sí, te han tenido que poner un clavo en el brazo derecho y ya no tienes bazo.


Paula abrió sorprendida la boca, pero no tardó en recuperarse.

 

–Bueno, pero el bazo no es necesario, ¿Verdad?

 

Suspiró con frustración. Lamentaba que Paula no fuera una de esas científicas que trabajaban en un laboratorio del que nunca salían.

 

–Sí, se puede sobrevivir sin él.

 

–¡Qué alivio! –exclamó Paula–. ¿Cuándo podré volver al trabajo? ¿La semana que viene?


 –Eso tendrás que preguntárselo a tu médico.

 

–Pero tú eres médico.


 –Sí, pero no el tuyo.

 

–Pero seguro que tienes una idea aproximada.

 

Paula tenía razón, pero estaba allí para apoyarla, aunque ya no formara parte de su vida. Le había sorprendido descubrir que era su único contacto en caso de emergencia. Recordó que alguna vez le había mencionado a sus padres. Al parecer, ya no formaban parte de su vida.

 

–Tardarás en recuperarte más de lo que crees –le dijo él finalmente.


 –Bueno, supongo que será mejor que se lo pregunte a mi médico.

 

–Y cuando te lo diga... –comenzó él.

 

–Te irás –lo interrumpió Paula.

 

–Sí, pero no hasta que te den el alta.

 

–Gracias por estar aquí –le dijo Paula–. Supongo que he echado a perder tu agenda y tu trabajo.


 –Eso no importa –le aseguró él muy conmovido por sus palabras.

 

Paula lo miró a los ojos con una intensidad que conocía muy bien. Tenía un aspecto magullado y débil, pero la inteligencia y la fuerza brillaban en sus ojos como lo habían hecho siempre.


 –Tu horario y tu agenda son muy importantes, siempre lo han sido –le respondió ella.


 –Sí, pero no quiero que estés sola –le dijo con sinceridad–. Sigues siendo mi esposa.

 

–Por mi culpa, lo sé –susurró ella–. He estado tan ocupada en el instituto que nunca encontraba tiempo para rellenar los papeles del divorcio. Lo siento. Lo haré en cuanto pueda.

 

–No es necesario –le dijo Pedro.

 

–¿Qué quieres decir? –le preguntó Paula.

 

Una parte de él quería vengarse de ella y hacerle tanto daño como le había hecho a él. Recordaba perfectamente sus palabras.

 

–Eres estupendo y serás un marido fantástico para alguna otra mujer, pero sabes que lo de casarnos fue algo impulsivo. Actué precipitadamente y no pensé en lo que sería mejor para tí. Yo no soy esa persona. Te mereces una esposa que pueda darte lo que quieres –le había dicho. 

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