lunes, 5 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 44

 Ella arqueó las cejas y Pedro respiró hondo.


—Mica me pidió que no se lo contara a nadie todavía, por eso no quería hablar de ello.


Paula se incorporó sobre un codo.


—¿Pedro?


—Hemos roto. Ya no estamos comprometidos. Ha sido decisión de ella.


El rostro de Paula se vió empañado por una serie de diferentes emociones.


—Lo siento —dijo al fin, pero con voz temblorosa—. ¿Estás bien?


Aquella conversación empezaba a traspasar sus barreras de seguridad y Pedro intentó retirarse a un terreno más seguro.


—Sobreviviré —dijo bromeando, y le dedicó una sonrisa.


—Me alegro —dijo ella, sonriendo también.


Ambos se miraron un instante. Pedro sentía que debía decir algo, pero no encontraba las palabras adecuadas.


—Buenas noches, Paula —dijo al fin.


Ella pestañeó.


—Buenas noches, Pedro.


Pedro se tumbó mirando hacia la pared. No se atrevió a volver a mirar a Paula. Había algo inquietante en su mirada. Quizá fuera una sirena, porque a veces, cuando la miraba, se sentía atrapado. Y Pedro Alfonso no quería sentirse atrapado en ningún lugar del que no pudiera escapar.


Paula sabía que debería hacer lo mismo y darse la vuelta. Pero no podía. Era débil. Se giró hacia Pedro y contempló su espalda. «Solo unos minutos», se dijo, «después cerraré los ojos o me daré la vuelta». Cuarenta minutos más tarde notó que él respiraba de manera relajada y que se había dormido. «Pedro no va a casarse. Está libre». Desde que él se lo había contado, no había sido capaz de pensar en otra cosa. «Probablemente esté destrozado, aunque no lo demuestre. Pero eso no significa nada». Era curioso. En Londres se sentía atrapada y no era capaz de encontrar la manera de escapar. Sin duda, existía la salida, pero ella no había tenido valor para creer en ella y mucho menos para aprovecharla. Pero aquella isla la había hecho cambiar de manera extraña y maravillosa. A pesar de que la probabilidad de poder tener una relación con Finn era casi inexistente, no podía quitarse la esperanza de la cabeza. Estúpida sirena.  Al día siguiente, despertó temprano con la sensación de que llegaba tarde a algo. ¡Tenía que ir a clase! Corrió hasta el borde de la cabaña y se detuvo en seco. Permaneció allí sentada con las piernas colgando, preguntándose qué diablos estaba haciendo. En esa isla no había clases de ballet. No tenía motivos para estirar la musculatura y forzarla hasta no poder más. Se dió cuenta de que lo echaba de menos. De verdad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario