viernes, 9 de octubre de 2020

Bailarina: Capítulo 53

 —Si realmente estuviéramos perdidos en esta isla, buscaríamos la manera de salir de aquí —dijo él.


Ella asintió.


—Hacer señales de humo para que nos vieran los barcos que pasaran cerca sería una de nuestras prioridades —añadió.


Tendrían que encender un fuego. El juego favorito de Paula.


—¿Aquí en la playa?


Pedro negó con la cabeza.


—Mejor en la ruina que hay en la punta de la isla. Si realmente era un fuerte o un puesto vigía, podemos suponer que los barcos suelen pasar cerca de ese punto.


—Muy bien.


A ella no le importaba lo que tuviera que hacer, siempre y cuando pudiera estar todo el rato con él.


—Vamos —dijo Pedro, y se puso en pie—. Será mejor que empecemos a recoger las cosas.


—¿A recoger?


—Si vemos pasar un barco, solo tendremos unos minutos para encender el fuego —dijo, mientras se acercaba a la cabaña para meter las cosas en la mochila—. No tiene sentido que estemos a una hora de camino.


Las ruinas serán el sitio ideal para acampar esta noche. Paula lo siguió y negó con la cabeza. Pedro se detuvo un instante y sonrió.


—¿Qué?


—No puedo creer que vaya a echar de menos esta cabaña —dijo ella.


Pedro no dijo nada y continuó recogiendo. Pero mientras revisaba el lugar para no olvidarse de nada, miró a Paula un instante. «Yo también», le dijo con la mirada. «Y no solo a la cabaña». Ella deseó besarlo, pero no lo hizo. Agarró una blusa de manga larga y se la puso. Se ató las botas y terminó de recoger en silencio. Diez minutos más tarde estaban de camino hacia las ruinas. Durante el trayecto Finn parecía obsesionado con las técnicas de orientación. 


—Vamos hacia el norte. Recuérdalo —le dijo en varias ocasiones, y después le contaba todas las técnicas mediante las que un aventurero perdido podía orientarse si no tenía una brújula.


Paula solo lo escuchaba a medias. Tenía cosas más importantes que hacer. La mayor parte del tiempo ni siquiera prestaba atención de hacia dónde iban. Simplemente, iba pendiente de Pedro y de todos los detalles que guardaría en su memoria después de haber pasado una semana en una isla desierta con el hombre más maravilloso que había conocido nunca. Llevaban caminado unos cuarenta y cinco minutos cuando Pedro se detuvo en seco. Ella estuvo a punto de chocarse con él. Pedro extendió la palma de la mano hacia abajo y todos se callaron.


—¿Qué es? —preguntó Sergio, al cabo de un instante.


Adelantó a Paula y se colocó al lado de Pedro. Hablaron en voz baja un momento y, después, Pedro se volvió y sonrió a ella.


—Quédate ahí un segundo.


Ella observó avanzar a los hombres por el camino. 

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