viernes, 23 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 13

 Pedro abrió los brazos un poco, como si quisiera ayudarla, pero sin acercarse. Vió que tenía ojeras y supuso que no habría dormido mucho, pero seguía siendo el hombre más guapo que había visto en su vida y eso le molestó. No debía pensar esas cosas de su futuro ex marido y pensó que quizás estuviera así por efecto de los analgésicos.

 

–Ahora estás caminando mejor –le dijo Pedro con entusiasmo.

 

Sin saber por qué, le gustó que se lo dijera.

 

–Deberíais dar un paseo por el pasillo –les sugirió la enfermera–. Necesita algo de ejercicio.

 

Le encantó la idea, estaba deseando salir de esa habitación, pero vió que Pedro apretaba los labios. No parecía agradarle tener que ir a ningún sitio con ella.  No pudo evitar sentirse decepcionada, aunque lo entendía. Ella le había hecho daño al sugerir que se divorciaran y no parecía darse cuenta de que también él la había hecho sufrir al no permitir que lo conociera de verdad. Creía que ese paso había sido una buena idea para evitarles a los dos más sufrimiento en el futuro.

 

–Sí, deberías dar al menos un par de paseos al día –le dijo Pedro.

 

Sabía que lo decía porque era médico, pero ya había hecho demasiado por ella y no podía obligarlo a que la acompañara.

 

–Daré una vuelta por la habitación. Este camisón no está hecho para andar en público. De otro modo, les enseñaré el trasero a toda la planta –les dijo ella.

 

–No creo que nadie se quejara –bromeó Pedro–. Y menos aún Alfredo, el paciente de ochenta y cuatro años que tiene la habitación cerca de aquí.

 

Roxana se echó a reír.


 –Sí, es verdad. Alfredo te lo agradecería. Es un viejo verde –comentó la enfermera–. Y seguro que tampoco te importaría a tí, doctor Alfonso.

 

–Bueno, Paula es mi esposa –repuso Pedro mientras le hacía un guiño a la enfermera.

 

Paula lo miró estupefacta. Legalmente, seguían estando casados, pero sabía que Pedro quería el divorcio tanto como ella. No entendía por qué bromeaba como si todavía estuvieran juntos. Pedro fue al armario y sacó algo de allí.


 –Y como no quiero que ningún otro hombre la mire, le he comprado esto –les anunció.


 Paula no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.

 

–¿El qué?

 

Pedro sacó algo naranja de una bolsa.

 

–Esto es para tí.

 

Ella miró la bata con incredulidad.

 

–Espero que el naranja siga siendo tu color favorito –le dijo Pedro.

 

–Lo es –repuso conmovida al ver que lo recordaba–. Muchas... Muchas gracias.

 

Era un detalle inesperado y muy dulce. No pudo evitar sonrojarse.

 

–Así tu trasero estará cubierto y no tendré que pegarme con nadie –le dijo Pedro mientras la ayudaba a ponerse la bata.

 

Metió su brazo izquierdo por la manga y la colgó del hombro derecho. Ya se había sentido agradecida con él al ver que había seguido a su lado en el hospital, pero su compañía era suficiente. No había esperado que le comprara nada y lo de esa bata había sido un detalle precioso.


 –Bueno, ya estás lista.


 Pero no lo estaba. Se sentía mareada y tenía escalofríos por todo el cuerpo, pero creía que no tenía nada que ver con su accidente, sino con el hombre que tenía de pie junto a ella.

 

–Vamos –la alentó Roxana–. Puedes hacerlo. 


Pero Paula no se veía capaz. Pedro extendió el brazo hacia ella y ella aceptó su mano con recelo. Como si no supiera si tocarlo iba a hacerle daño. Entrelazaron sus dedos y sintió un hormigueo por todo el brazo.


 –No permitiré que te caigas –le dijo Pedro con seguridad.

 

Paula sabía que él la sujetaría si su cuerpo se tambaleaba y caía, pero no creía que pudiera hacer nada por salvarla si era su corazón el que volvía a caer en las redes de ese hombre. 

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