lunes, 19 de octubre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 5

 «¿Dónde estoy?», se preguntó Paula Chaves. Quería abrir los ojos, pero le daba la impresión de que tenía los párpados pegados. Por mucho que lo intentara, no podía abrirlos. No entendía qué le estaba pasando. Sintió un fuerte dolor y tardó un minuto o más en darse cuenta de que era la cabeza lo que le dolía. Notó poco después que, aunque el dolor en la cabeza era el más intenso, le dolía todo.  Pero era un dolor lejano, como si no fuera del todo suyo. Había sufrido dolores peores.  Sintió frío por todo el cuerpo y de pronto, mucho calor. Y el aire olía diferente. Sabía que debía estar imaginándolo, pero le daba la impresión de que tenía algo metido en la nariz. Oyó de repente un pitido electrónico. No reconoció el sonido, pero ese ritmo constante le dió más sueño aún. Decidió que no había motivo alguno para abrir los ojos. No cuando lo que quería era volver a dormirse.


 –Paula.

 

La voz del hombre atravesó la espesa neblina que rodeaba a su mente. Le sonaba de algo, pero no sabía de qué. No le extrañó. Después de todo, no tenía ni idea de dónde estaba, por qué estaba tan oscuro ni de dónde salía ese pitido. Tenía muchas preguntas. Abrió los labios para hablar, para preguntar qué pasaba, pero no le salieron las palabras. Solo un sonido ahogado escapó de su seca garganta. Necesitaba agua.

 

–Está bien, Paula –le dijo alguien en un tono tranquilizador–. Te vas a poner bien.


 Le alegró que ese hombre lo creyera, ella no estaba segura de nada. No entendía qué podía haberle pasado. Recordó entonces que las nubes se habían estado moviendo y que un ruido horrible llenó el aire. Hubo una explosión y el terreno se agrietó. Se estremeció cuando recordó el estruendo.  Sintió que una gran mano cubría la de ella. Era una mano cálida y le resultaba tan familiar como la voz. Se preguntó si sería la misma persona. No tenía ni idea, pero la caricia consiguió tranquilizarla. Esperaba poder volver a dormirse. 


–Su pulso ha incrementado –dijo el hombre con preocupación–. Y ha separado los labios. Se ha despertado.

 

Alguien le tocó la frente. No era la misma persona que seguía sin soltarle la mano. Esa tenía la piel lisa y fría.

 

–Yo no veo ningún cambio –dijo otro hombre–. Lleva aquí mucho tiempo. Tómese un descanso. Vaya a comer fuera del hospital y duerma en una cama de verdad. Lo llamaremos si hay algún cambio.


Pero el primer hombre no soltó su mano e incluso la apretó ligeramente.


 –No, no voy a dejar a mi esposa.

 

Esposa. La palabra se filtró en su mente hasta que la entendió. Se le vino entonces una imagen a la cabeza. La de sus ojos, tan azules como el cielo. Había hecho que se sintiera como la única mujer en el mundo. No sonreía a menudo. Pero, cuando lo hacía, era una sonrisa generosa que le calentaba el corazón y le había hecho creer que el suyo podía ser un amor para toda la vida. Pensó en su hermoso rostro, en sus fuertes pómulos, su nariz recta y en el hoyuelo que tenía en la barbilla. Esa cara había estado en todos sus sueños hasta un año antes. Pedro...  Estaba allí y sintió que una oleada de calor recorría su cuerpo. Había ido a buscarla. Necesitaba abrir los ojos y verlo para asegurarse de que no estaba soñando. 

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