lunes, 2 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 31

Mientras Pedro metía los platos en el lavavajillas, Paula se sentó a la mesa con un plato de galletas al alcance de su mano. Los medicamentos habían apaciguado sus dolores, pero hacían que se sintiera como si hubiera bebido una cerveza de más. Pensó que quizás por eso la cena con él había sido tan extraña. Un incómodo silencio los había envuelto mientras comían. El mismo silencio inquietante que había terminado por consumir su matrimonio. De haber podido volver a la habitación por su cuenta, lo habría hecho nada más terminar la cena. Pero, como no podía, decidió que la muerte por chocolate era su mejor opción. Mordió una galleta y su delicioso sabor la sorprendió.

 

–¡Están buenísima!

 

–Leticia es una gran cocinera.

 

Le había sorprendido la historia que le había contado Pedro sobre su brazo roto y se preguntó qué más no sabía de él. Durante su matrimonio, habían usado el sexo para comunicarse. Sus relaciones íntimas habían sido increíbles y apasionadas. Pero, después de un tiempo, se habían dado cuenta de que no era suficiente. Pero prefería no pensar en el sexo y en Pedro.


 –Creo que voy a tomarme otra galleta –susurró.

 

–No te las comas todas.


 –No te preocupes, hay casi una docena.

 

Pedro la miró por encima del hombro con media sonrisa.

 

–Pero sé cuánto te gustan las galletas de chocolate.

 

–Una vez me diste un ramo de galletas por mi cumpleaños –recordó ella.


 Llevaban cinco meses casados. Pedro había cubierto además la cama con pétalos de rosa. Le había parecido un gesto muy romántico.


 –Estaban riquísimas –le dijo ella.

 

–Yo no llegué a probarlas.

 

–No me extraña. Te fuiste al hospital y no supe más de tí hasta dos días después.

 

Pedro volvió a mirarla. Ya no sonreía.


 –Tenía que trabajar.

 

Cuando él volvió a casa, ya se había comido todas las galletas y los pétalos de rosas se habían marchitado.


 –No me llamaste ni me mandaste mensajes, ni siquiera durante los descansos.


 –Necesito concentrarme cuando estoy en el hospital –se defendió Pedro.


Nunca había aceptado su parte de culpa en el pasado y no le extrañó que siguiera sin hacerlo. Decidió que era mejor olvidar todo lo que había pasado entre ellos. Lo bueno y lo malo.

 

–Puedes terminar las galletas –le dijo ella apartando el plato–. Si como más, podrás llevarme rodando a mi habitación.

 

–Puedo llevarte como quieras, rodando o en brazos. Me da igual – respondió Pedro.


 Pero a ella le importaba. Se sentía muy impotente y odiaba depender de otros. Y, menos aún de Pedro, no quería acabar necesitándolo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario