viernes, 20 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 1

 -Entonces, ¿Has terminado con David? -preguntó Alejandra Chaves levantando la vista del petit point mientras su hija menor caminaba arriba y abajo, haciendo aspavientos y moviendo las manos de vez en cuando.


 -Definitivamente -contestó Paula enfadada-. Es el fin, pero no se lo dirás a papá, ¿Verdad?

 

-Tu padre es amigo del padre de David -comentó Alejandra dejando a un lado la labor y cruzándose de brazos-, pero eso no tiene nada que ver ni contigo ni con cuándo, cómo o con quién te cases.

 

-Pero él dijo que...

 

-¿Él?, ¿Te refieres a David?

 

-Sí, dijo que a papá no le iba a gustar que lo abandonara, que... bueno, que cuando se lo dijera me iba a enterar. Luego me hizo una burla y se marchó, y...


 -¡Dios mío, hija!, ¿y llevas toda la tarde preocupada por eso? ¿Tan poco conoces a tu padre?


 -A veces no estoy segura, mamá. En la familia todos son tan altos, tan enormes, tan firmes... -Paula tragó, se aclaró la garganta y se enjugó una lágrima-... y los hombres con los que mis hermanas se han casado también lo son. En cambio yo... yo no soy más un renacuajo, apenas mido más de metro y medio...


 -Casi como yo -la interrumpió su madre-. Y tienes un precioso cabello dorado, igual que lo tenía yo antes de que se me pusiera gris. Y una bonita figura que lucir. ¿Qué quieres decir con eso de firmes?


-Bueno, pues que todos tienen... opiniones fuertes, por decirlo de algún modo. Tú me conoces, mamá, yo nunca he tenido agallas para... no soy como Delfina. Ella es médico, yo me desmayo solo de ver sangre. O Vanesa; ella se fue a África, yo soy incapaz de ir a Boston sola. O como Macarena; ella es abogado y está casada con un constructor texano. Yo jamás podría dirigirme a un jurado, y las vacas me espantan. No... no soy nada, ni siquiera pude mantener aquel empleo de profesora, a pesar de lo que me gustan los niños. No podría ser ni bibliotecaria. ¿Qué va a ser de mí, mamá?, ¿Tendré que conformarme con David? 


-Aún eres joven, niña, encontrarás tu lugar en el mundo -aseguró Alejandra- Ya lo verás. Y no tiene por qué ser con David Pleasanton.


-Sí, claro. Entonces en un convento, ¿No?


-Calla, pequeña -sonrió su madre-. No creo que haya ningún convento para personas con un carácter como el tuyo. Siéntate, ya llega tu padre.


-Me voy, me esconderé -dijo Paula poniéndose en pie de un salto.


-Siéntate -ordenó su madre.


Toda la familia sabía reconocer aquella voz de mando. Paula sacó un pañuelo y se sentó tratando de hacerse la valiente, pero sin conseguirlo. El enorme hombre que entró por la puerta, sin embargo, ya no era el que había sido un día. Tenía el pelo gris, sus hombros parecían encorvarse, y solo iba a Boston una vez por semana o cuando su hijo Gonzalo lo llamaba para pedirle ayuda en su labor como director de la Chaves Incorporated, la mayor empresa de construcción de la costa este. Miguel Chaves se acercó a su diminuta mujer, se inclinó sobre ella y la besó en lo alto de la cabeza. 

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