viernes, 6 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 43

 –Parece que me lo he perdido, ¿No? –le dijo él.


 –Sí. Te lo has perdido.

 

–Bueno, tú también –repuso Pedro sin dejar de sonreír.

 

Se dio cuenta de que seguía teniendo un gran poder sobre ella. Siempre se deshacía cuando dejaba de ser el serio doctor Alfonso y se convertía en un hombre sexy y divertido. Le dio la impresión de que nada había cambiado. Pedro se acercó un poco más a ella. Estaba tan cerca como si estuviera pensando en besarla. Pero estaba casi segura de que no se atrevería a hacerlo.

 

–Entonces... –comenzó él.

 

–Ya ha caducado –insistió ella.

 

Apartó la vista y siguió andando. Tenía que poner distancia entre ellos. Le dolía el abdomen, pero continuó andando sin saber a dónde iba.


 –Más despacio. Te vas a hacer daño –le dijo Pedro tomando su mano.

 

–Estoy bien –le dijo ella.

 

–No, no es verdad. Estás enfadada conmigo. Lo sé porque tienes una arruga en el entrecejo.

 

Paula frunció aún más el ceño y Pedro le tocó el punto exacto.

 

–Aquí –le dijo. 


Sabía que tenía razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo. Pedro miró de repente hacia su derecha y abrió mucho sus ojos.

 

–Mira –le dijo mientras señalaba con el dedo un punto cerca de allí.

 

Se colocó detrás de ella, podía sentir su fuerte torso contra la espalda.

 

–Mira, una cierva y dos cervatillos –le dijo mientras los señalaba.

 

No podía concentrarse en los animales cuando todo su cuerpo estaba alerta. Podía sentir su calor y se le aceleró el pulso. No entendía por qué. Aún estaba enfadada con él y herida. No había superado la ruptura y estaban a punto de divorciarse. Pero su cuerpo iba por libre.

 

–¿Los ves? –le susurró Pedro.

 

La calidez de su aliento contra el cuello le produjo un escalofrío. Miró hacia donde le indicaba y vió un ciervo adulto y dos crías. Los tres comían los frutos de un arbusto.


 –¡Qué maravilla!


 –No es la primera vez que los veo cerca de casa –le dijo Pedro en voz baja.


Los ciervos comían sin mirarlos. La madre vigilaba de cerca a los dos cervatillos y esa imagen la emocionó. Le habría encantado que su madre se hubiera preocupado así por ella.

 

–Yo no los había visto hasta hoy.

 

–Ya lo harás, no te preocupes. Llevas aquí poco tiempo.

 

Sabía que era verdad, pero se sentía como si llevara años en Hood Hamlet.

 

–De acuerdo. Estaré pendiente.

 

Un coche pasó por la carretera y el sonido del motor asustó a los ciervos. Se quedó  desolada. Deseaba poder volver a Bellingham y fingir que todo había sido una pesadilla, no haber tenido el accidente y no tener que comprobar cuánto seguía afectándole ese hombre. Se dió la vuelta para mirarlo. Sabía que lo que Pedro y ella habían compartido no regresaría. No pudo contener un suspiro. Pedro bajó la cabeza hacia ella y la besó. El corazón de Paula se detuvo en ese instante. 

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