miércoles, 18 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 68

 –Solo era una sugerencia –se defendió Paulson–. No pensé que nadie me iba a tomar en serio.

 

–Habría sido distinto si lo hubiera dicho Pedro, él siempre habla en serio –dijo Porter.

 

–Seguro que no es tan serio cuando está con Paula –comentó Moreno– . Son muy distintos, pero a veces eso funciona. Lo mismo me pasa con Rita, pero ya llevamos ocho años juntos.


 –No te quejes. Con lo bien que cocina tu mujer, no sé cómo no estás gordo –le dijo Hughes.

 

–Es que se me da bien quemar calorías –repuso Moreno con picardía.

 

–Sí, persiguiendo a los niños –bromeó Hughes.


 –Eso es verdad –intervino Porter–. Cuando llegaron los niños se acabó lo de levantarse tarde o quedarse todo el día en la cama...


 –Estoy deseando ver a mis niñas. Me encantaría comerme una de las galletas de Leticia ahora mismo –comentó Porter.


 –Seguro que nos esperan sus galletas cuando bajemos. Y Gabriela también estará allí con tazas de café caliente –dijo Hughes–. Es una lástima que no nos lo puedan servir aquí, a domicilio.

 

–El matrimonio os ha convertido a todos en unos blandos. Bueno, menos a Pedro, que es el mismo de siempre –comentó Julián.

 

–No –intervino Hughes–. Sonríe más ahora.

 

–Bueno, ya basta, chicos –les dijo Pedro.

 

En realidad, no le molestaban sus comentarios, sabía que Paula hacía que fuera mejor persona, más espontáneo y vital. Ya no temía perder el control como le había pasado a Ignacio, sabía que ella era su ancla. Paula era buena para él, no era peligrosa. Gracias a ella, se había abierto y le había contado cosas muy íntimas. Y sentía que eso no lo había hecho más vulnerable, todo lo contrario. Solo esperaba poder convencerla para empezar de nuevo y para que se quedara en Hood Hamlet con él. Lo único que tenía claro era que la amaba y que por ese amor merecía la pena arriesgarse.



Con mano temblorosa, Paula sacó los papeles del sobre. Miró todas las páginas de la petición de matrimonio. No había disputa alguna ni reparto de bienes, todo estaba muy claro. Si estaba de acuerdo con todo, no tenía que responder. Un juez se encargaría de dar por terminado su matrimonio. Tomó un bolígrafo para escribirle a Pedro una nota. Tenía lágrimas en los ojos. Su corazón le decía que no lo hiciera, pero sabía que no podía confiar en su corazón. Con mano temblorosa, escribió la nota y la firmó. «Ya está, ya está hecho», se dijo soltando el bolígrafo. Había pensado que se sentiría mejor después de hacerlo, pero se sintió peor. Se levantó de la silla, tenía que prepararse. El taxi estaba a punto de llegar para llevarla al aeropuerto. Metió los papeles del divorcio en el sobre y los dejó en la mesa. Colocó encima su nota. La noche anterior, había sacado su alianza del neceser y se la había puesto, había querido llevarla por última vez. Por los viejos tiempos... Se la quitó entonces lentamente y dejó el aro de oro con la nota y el sobre. 

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