De pijama, llevaba una camiseta vieja de Gonzalo, y la bata la había heredado de su hermana Delfina. La camiseta le estaba grande, le llegaba casi hasta los pies, pero estaba tan vieja y lavada que era casi transparente, y por eso no quería que nadie la viera. Abrió la puerta. Había tres personas de pie en el umbral, mirándola como si ella fuera la responsable de todo.
-Es lunes -declaró Nacho.
-Estupendo -contestó ella- ¿Qué ocurre los lunes?
-Que Nacho tiene que ir al colegio. ¡Y yo no! -exclamó Martina orgullosa.
-Tenemos que desayunar, y Nacho necesita llevarse algo de almuerzo - añadió el tío Pedro-. ¿Es que no oyes el timbre?
Sí, lo oía, podría oírlo en cuanto los tres se callaran. Paula se explicó, con mal humor, medio gritando.
-¡Oh, Dios! -suspiró el tío Pedro-, ¡Otra de esas mujeres a las que no se les puede ni hablar por la mañana antes de tomar café!
-¿Una de esas con mal humor? -preguntó Nacho.
-Pues a mí me gusta -alegó Martina abrazándose a una de las piernas de Paula-. Es buena, suave y...
-A ver, déjame probar -dijo Nacho acercándose a la otra pierna.
-Y a mí -dijo el tío Pedro.
-¡Eh, eh... un momento! -los interrumpió Paula seria-. Solo se admiten chicas. Hombres no.
-¡Pero...! -comenzó a protestar Nacho.
-Bueno, niños sí -se apresuró Paula a rectificar-, pero hombres no. De ningún modo. Y menos aún después de lo que me hiciste en el instituto.
-¿El qué? -saltó Martina con los ojos redondos como platos-. ¿Qué te hizo?
-No le hice nada -insistió Pedro-, me declararon inocente, y...
-El jurado estaba amañado -argumentó Paula-. Eran todos hombres. ¿Qué se puede esperar de un jurado compuesto por hombres?
-¡Chicas! -soltó Nacho alejándose de Paula-. Todos hombres, como debe ser.
-Pues si oigo algo por el estilo no habrá desayuno -advirtió Paula-. Ni hoy ni ningún otro día.
-¡Guau! -exclamó Martina.
-Todo el mundo a la cocina -ordenó Pedro cambiando de tema, tratando de salvar la situación.
Y todos, como una tropa, se abalanzaron hacía la cocina seguidos del perro. El malhumor desapareció cuando desayunaron huevos con beicon y tortitas con sirope. Nacho salió a la parada del autobús escolar con la mochila llena de libros y sandwiches de pavo, Martina subió a su cuarto a jugar, y Pedro bebió a sorbos su segunda taza de café con los codos sobre la mesa. Paula, sentada frente a él, jugaba con su taza. Era la cuarta o la quinta, pero aún no había conseguido espabilarse.
-Sabes muy bien que aquella noche yo no hice nada -dijo él.
-Sé muy bien que aquella noche arruinaste mi reputación -lo corrigió ella resuelta-. Jamás lo olvidaré. Después de todo, hace solo diez años. No es algo que una chica pueda olvidar.
-Sé razonable -exigió él-. Estábamos bailando juntos. Creo que era el baile del conejito, si no recuerdo mal.
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