lunes, 16 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 63

 –No pasa nada. Ahora que me lo has explicado, entiendo a tu familia –le dijo ella–. Siempre me extrañó lo que cambiaste después de la boda. Al principio, no tenías ningún problema para contarme cualquier cosa, pero después, cuando volvimos a Seattle, te encerraste en ti mismo.

 

–Lo de Las Vegas fue diferente. Allí era fácil. De vuelta a Seattle, no tanto. Ahora lo estamos haciendo mejor, ¿No? Hablamos las cosas...

 

–Sí, pero esto tampoco es real. Yo aún me estoy recuperando, es como si estuviera de vacaciones. Tú, en cambio, sí vives aquí. Esta noche he visto por primera vez el verdadero atractivo de Hood Hamlet. Son como una gran familia. Están pendientes unos de otros.

 

–No todo es positivo. A veces se meten demasiado en tu vida. Nadia y Leticia me recordaron esta noche que el observatorio vulcanológico de Vancouver no está lejos.

 

Se quedó boquiabierta.

 

–¿En serio? –le preguntó perpleja–. No me extraña que salieras del salón y fueras en mi busca.

 

–Me daba miedo seguir en el salón con ellas dos.

 

Se echó a reír al oírlo.

 

–A lo mejor debería haber escuchado lo que me decían porque en algo tenían razón. Este es tu sitio, Paula –le dijo mientras levantaba su mano y la besaba–. Hood Hamlet puede ser tu hogar.

 

El corazón galopaba en su pecho.

 

–Pero vivo en Bellingham. Y trabajo allí, Pedro.

 

–Y yo vivo aquí –le dijo mirándola a los ojos–. Deberíamos estar juntos.


 El mundo se detuvo de repente y se quedó sin aliento.

 

–¿Juntos? Pero ya lo intentamos y... Somos muy diferentes.

 

–Los polos opuestos se atraen –respondió Pedro.


Se inclinó hacia ella, su calor la envolvía y estaba un poco mareada. Le costaba respirar.

 

–Te lo voy a demostrar.

 

Sus labios se abalanzaron sobre ella. La besó con fuerza hasta que se quedó sin aliento. Sentía electricidad bajo la piel y le faltaba el aire.

 

–¿Tienes datos suficientes o necesitas más? –le preguntó después.


No necesitaba más información. El beso que acababa de darle le recordó cómo había sido cuando se conocieron. Sus besos la habían desnudado por completo, haciendo que se sintiera emocionalmente muy vulnerable. Le había hecho soñar con finales felices y cuentos de hadas. Pero ella no quería ser rescatada ni caer bajo su hechizo como había hecho en Las Vegas. Temía que, igual que habían hecho sus padres y Pablo, él también la abandonara.


 –No puedo –le dijo ella con un hilo de voz.


 Él le acarició la mejilla con los nudillos.


 –Vas a tener que decirme algo más. «No puedo» no es respuesta suficiente.


 –Estoy muy cansada.

 

–Si quieres, podemos seguir esta conversación en la cama.

 

Lo miró con el ceño fruncido.

 

–Pedro...

 

–Vamos –le dijo mientras tiraba de ella para levantarla del sofá–. Prepárate para ir a la cama y luego me explicas por qué no puedes. 


«No puedo, no puedo, no puedo», se dijo Paula una y otra vez. Se cepilló los dientes y se puso la bata sobre el pijama. Una capa adicional de protección. Volvió a su habitación y se metió en la cama. Intentó dormir para que Pedro no pudiera hablar con ella. Pocos minutos después entró él en la habitación. Solo llevaba los pantalones del pijama y se le hizo la boca agua al ver sus musculosos brazos, su torso y sus abdominales bien definidos. Se estremeció de deseo al ver que iba hacia ella.

 

–No voy a acostarme contigo –le dijo ella.


 –¿Quién ha hablado de sexo? –respondió Pedro con una pícara sonrisa.


Después, apagó la luz. No podía verlo ni oírlo, pero sintió que se tendía a su lado. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario