lunes, 2 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 33

 –Tengo el neceser en la maleta –le dijo mientras Pedro la dejaba de pie allí.


 Pedro abrió un cajón y sacó un cepillo de dientes nuevo.

 

–Utiliza este –le dijo él mientras lo desenvolvía.

 

–¿Siempre tienes cepillos de dientes nuevos en casa?

 

–Sí, para cuando viene gente, se hace tarde y no quiere volver a casa.


Se preguntó si hablaría de gente en general o de mujeres, pero prefería no saberlo.  Tomó el cepillo de dientes que le ofrecía Pedro. Ya le había puesto pasta. Se sentía un poco mareada, no sabía si el medicamento para el dolor sería el culpable de que se sintiera tan rara y tuviera tantas ganas de llorar. Pedro la dejó sola mientras se cepillaba los dientes. Aprovechó para lavarse la cara y peinarse un poco el pelo. El esfuerzo era demasiado y suspiró con frustración. Él esperaba al otro lado de la puerta. Cuando terminó, la llevó a la habitación de invitados.  Pedro había hecho la cama, tenía un vaso con agua en la mesita y también una galleta de chocolate sobre una servilleta de papel. Al verlo, las lágrimas volvieron a sus ojos.

 

–No me lo merezco... –susurró.

 

Él puso un dedo en sus labios para que se callara. El contacto hizo que sintiera un escalofrío.


 –Estoy tratando de corregir el error de antes –le dijo Pedro mientras colocaba un mechón de su pelo tras la oreja.

 

Su corazón se detuvo al oírlo. Sabía que se refería a esa tarde, cuando se mareó tras la siesta por no haber comido nada en todo el día, pero una parte de ella deseaba que le estuviera hablando de su matrimonio.

 

–No seas tonto, no eres mi esclavo.

 

Pedro la miró con picardía.

 

–Podría serlo, si eso es lo que quieres.

 

Lo que quería, lo que deseaba era estar con él. Pero trató de convencerse de que eran los medicamentos los que hacían que se sintiera así. Más lágrimas llenaron sus ojos y se limpió la cara con el dorso de la mano. 


–Todo irá bien –le dijo Pedro abrazándola.

 

–Lo siento, no sé qué me pasa. Creo que estoy perdiendo la cabeza.

 

–Pues estás muy mona cuando pierdes la cabeza.


 Pedro la atrajo hacia sí y se relajó entre sus brazos. Era tan agradable estar cerca de él...


 –Tú también estás muy mono cuando pierdo la cabeza.

 

Pedro se echó a reír y ese sonido era la mejor medicina que podía darle.

 

–¿Dónde tienes el pijama?

 

–En la maleta –contestó ella.

 

–Siéntate –le pidió Pedro mientras abría la maleta y sacaba un camisón–. ¿Este vale?


 –Sí.


Dejó el camisón en la cama, le metió la mano bajo la camiseta y desenganchó el sujetador. No pudo evitar sentir una oleada de calor por su cuerpo.


 –Siempre se te dió muy bien –comentó ella.


 –Estoy un poco oxidado, pero es como andar en bicicleta.


 –No sabría decirte –le dijo ella con el pulso acelerado–. Hace mucho que no monto en bici. 

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