viernes, 6 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 42

 –En cualquier lugar donde no esté yo –contestó ella–. Es lo que solías hacer. Cuando las cosas iban muy bien entre nosotros o si discutíamos por algo, te ibas al hospital o a la montaña.


 –Bueno, me limitaba a hacer lo que tenía que hacer –le dijo Pedro para defenderse de su ataque.

 

–¡Exacto!


Creía que ella no había llegado a formar parte de sus planes. Pedro Alfonso era médico, miembro de un equipo de rescate y amante. El papel de marido no lo aceptó nunca.

 

–No quiero discutir –le dijo Pedro entonces.


 –No estamos discutiendo, estamos teniendo una discusión. Es distinto.


 –¿Qué te parece si salimos de la cabaña a dar un paseo?


 –Lo estás haciendo otra vez.

 

–¿Qué es lo que estoy haciendo?

 

–Huir.

 

–¿Huir? Me he limitado a sugerirte un paseo.

 

–Sí, pero tratas de cambiar de tema porque no quieres hablar.

 

–Y tú todo lo que quieres hacer es hablar, aunque no haya ya nada que discutir.

 

–Muy bien. Entonces, me callo –le dijo muy dolida.

 

–No es eso... Vamos a dar un paseo. No quiero que nos peleemos.

 

–Esto no es una pelea –le explicó ella–. A veces, cuando mis padres se peleaban, la policía tenía que intervenir. Uno de mis padrastros quemó la ropa en el patio delantero. Y mi ex novio...

 

–¿Te hizo daño?

 

–Físicamente no, pero a veces las palabras de Pablo podían doler tanto como puñetazos. Me avergüenza haber permitido que me tratara así, pero al menos con él sabía a qué atenerme.

 

–Sabes muy bien lo que siento... Lo que sentía por tí. No hay razón para hablar de esto ahora –le dijo Pedro poniéndose en pie–. Vamos a dar un paseo.

 

Cinco minutos más tarde, estaba frente a la casa de Pedro con las botas y una cálida chaqueta. Un fuerte olor a pino flotaba en el aire y la luz del sol le calentaba las mejillas.


 –¿No es esto mejor que estar discutiendo ahí dentro? –le preguntó Pedro.

 

–Está bien, pero dentro tampoco se estaba mal. En cuanto a las discusiones, la mejor parte de ellas son las reconciliaciones.


 –No creo.


 –Eso es porque nunca te quedabas el tiempo suficiente para que tuviéramos una apasionada reconciliación.


Pedro abrió la boca para hablar, pero no lo hizo. Tarareando una melodía, Paula se alejó de él. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía la sartén por el mango y quería saborear ese momento. Fue hacia la carretera y él no tardó en alcanzarla.

 

–Eso de las reconciliaciones apasionadas, ¿Cuándo caducan?

 

Paula se quedó helada. No había esperado un comentario así y se giró para mirarlo. Pedro tenía una gran sonrisa en la cara. 

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