lunes, 23 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 8

 -Por supuesto que no -aseguró Paula.


-Bien, tengo trabajo -dijo el tío Pedro. Acto seguido se dirigió hacia la escalera y comenzó a subir, pero enseguida añadió en voz baja, para que no lo oyeran los niños-: Señorita Chaves, apreciaría mucho que no volvieras a aparecer casi desnuda delante de los niños.


-¿Cómo? -preguntó Paula-. ¡Ah, es cierto! -añadió mirándose y ruborizándose.


Llevaba lo mismo que hubiera llevado en una playa: bragas, sujetador y falda. Y era una suerte, por lo general nunca llevaba sujetador. Prefería la ropa suelta, grande, y con sus pechos firmes y bien desarrollados el sujetador resultaba innecesario. Paula miró a Pedro deseando que desapareciera de su vista.


-Sí, es cierto -repitió él con una media sonrisa-. Por mí ya te lo puedes imaginar, no tengo ninguna objeción, pero Nacho y Martina son...


-¡Cállate! -gritó Paula-. Yo no soy... soy... ¡Ha sido un accidente!


Los dos niños soltaron una risita nerviosa.


-Te lo dije, ¿A que son grandes? -añadió la niña.


El tío Pedro subió las escaleras sin dejar de reír. Paula miró entonces a los niños, y estos dejaron instantáneamente de reír. Se retiró a su habitación y cerró la puerta de un golpe. Se dejó caer sobre la cama y apretó los puños.


-Dejaré este estúpido trabajo -se dijo en voz alta para sí misma-. ¡No tengo por qué aguantar este...! -golpeó los puños contra la pared-. ¡Tendría que haberle pegado! ¡Hace diez años, en aquel baile, tendría que haberle pegado!


Pedro Alfonso, el chico que la había puesto en ridículo hacía diez años. Hubiera debido de... matarlo. ¡Rasgarle el vestido en mitad de la pista de baile! ¡Y en aquella ocasión no llevaba sujetador! ¡Y él, muerto de risa! Bueno, después de ponerle el ojo morado ya no rió más. Poco después él se lo había explicado todo al director del instituto como si fuera un accidente, y a ella la habían echado de clase durante una semana por pegarlo. ¡Era un monstruo! Tomaría una ducha y se cambiaría de ropa. Y luego lo impresionaría con una comida como jamás la había imaginado. Ese era un buen plan. Paula entró en el baño, tiró la ropa al suelo y abrió el grifo del agua caliente. Se lavó, se calmó y, media hora más tarde, salió de la ducha.  Las toallas colgaban de una percha. Tiró de una de ellas y se secó. Salió del baño con la toalla colgada de una mano arrastrándola por el suelo. Sin embargo, tras dar tres pasos en el dormitorio, comprendió que había cometido otro terrible error. Había un hombre en calzoncillos a los pies de la cama, silbando. ¡El tío Pedro!


-¿Qué...?-gritó.


Él se dió la vuelta.


-Bien, preciosa, no cabe duda, pero no hacía falta que te tomaras tantas molestias.


Paula pareció quedarse helada. Jamás en su vida había compartido un baño con un hombre, y menos aún con uno medio desnudo, dispuesto para recibir un puntapié. Bueno, al menos desde que Gonzalo tenía dos años. Respiró hondo.


-¡Sal de mi habitación! -gritó.


Él sonrió. Hope agarró la toalla y trató de taparse.


-Debe ser un error -rió él-. Ocurre que esta es mi habitación, y si de verdad quieres taparte, súbete más la toalla.


Paula miró para abajo. Tenía razón. Airada, subió la toalla.


-¡Sal de mi habitación! -repitió Paula ajustándose la toalla.


-Deja que te lo repita, esta es mi habitación.


-Tu sobrino...


-Sí, ya veo -contestó él mirando a su alrededor como si buscara algo-. Ya discutiremos sobre eso más tarde, en cuanto encuentre mis pantalones.


Paula suspiró frustrada y se retiró al baño cerrando la puerta de golpe. 

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