lunes, 2 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 34

Echaba de menos el sexo y sobre todo a él. Aunque en realidad creía que lo que echaba de menos era la idea que se había hecho en la cabeza, una relación perfecta que no iba a ocurrir nunca. Lo que estaba pasando en esos momentos no era real. Eso no podía olvidarlo.

 

–Siempre puedes volver a subirte a la bicicleta –le dijo él–. Vamos a quitarte esa camiseta.


 –Quiero ver si puedo hacerlo sola –contestó ella.

 

Esperó a que Pedro se diera la vuelta, pero no lo hizo.

 

–¿Puedes girarte?

 

Le costó hacerlo, pero consiguió desvestirse y ponerse el camisón. Creía que era su instinto de protección el que le había dado las fuerzas necesarias para hacerlo.


 –Ya puedes mirar –le dijo ella. 


–¡Vaya! Estoy impresionado.

 

–Gracias.

 

Antes de que supiera qué pasaba, se vió tumbada y con la cabeza en la almohada. No tenía ni idea de cómo se las había arreglado Pedro para hacerlo con tan poco esfuerzo.

 

–No tienes que hacer eso –le dijo ella en voz baja al ver que la arropaba.

 

Pedro le dió un ligero beso en la frente.

 

–Ha sido un día muy largo, es lo menos que puedo hacer. Dulces sueños, Chica Volcán.


Sus palabras y gestos la emocionaron, hacía que se sintiera muy especial. No necesitaba más sueños que esos momentos. Le habría encantado que se quedara con ella hasta que se durmiera.

 

–Gracias, doctor –le dijo medio dormida–. Por todo.

 

–Si necesitas algo, llámame, ¿De acuerdo?


Apagó la luz, salió de la habitación y cerró la puerta. Era la primera vez que pasaban la noche bajo el mismo techo sin dormir en la misma cama. Se le encogió el corazón. Oyó la puerta del baño y, poco después, el agua de la ducha. Paula tocó el vacío al otro lado de la cama. Aunque sabía que no le convenía, tenía que admitir que habría preferido no dormir sola. 




Pedro se despertó de repente al oír a alguien tosiendo. Medio dormido, no entendía qué pasaba. El reloj de la mesilla marcaba las siete menos cuarto de la mañana. Volvió a oír entonces la tos. Era Paula. Con el pulso a cien por hora, saltó de la cama y corrió a su habitación. Estaba en la cama, muy pálida y despeinada.


 –¿Paula?

 

–Tenía que toser –susurró ella con la voz ronca–. Pero... Pero me duele mucho.

 

–No me extraña –respondió sentándose a su lado–. Déjame ver la incisión.

 

Paula lo miró con un gesto de pánico y se cubrió aún más con la manta.

 

–No tienes por qué hacerlo.

 

–Lo sé, pero quiero hacerlo.


No le extrañó que le preocupara. Supuso que se había dado cuenta la noche anterior de lo excitado que estaba. Ni siquiera la ducha de agua fría había conseguido tranquilizarlo.

 

–Si estuvieras en el hospital o en una clínica, alguien comprobaría el estado de la incisión.


 –Sí, pero...


 –Lo sé, entiendo que sea más difícil que sea yo quien lo haga –le dijo.

 

–Es la situación. No sé cómo me siento estando contigo. Anoche, por ejemplo, tan pronto estaba a gusto a tu lado, como me sentía incómoda y después bien otra vez. Fue tan agradable que me dio pena tener que dormir sola –le confesó Paula. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario