viernes, 6 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 44

Fue un beso suave y dulce. No la tocaba, solo con los labios, pero era suficiente. Despertaron al instante todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo y sintió un cúmulo de sensaciones placenteras. Había olvidado lo bien que besaba. Pedro no tardó en apartarse de ella y Paula también dio un paso atrás.

 

–¿Por qué lo has hecho?

 

–Me he perdido el sexo de las apasionadas reconciliaciones de las que hablabas, pero seguro que los besos no han caducado aún, ¿No? –le dijo él.

 

–No lo sé, pero no te preocupes, no te voy a denunciar –contestó ella.


 –Gracias, muy generoso por tu parte, Chica Volcán.

 

–No tanto como lo estás siendo tú conmigo, doctor Alfonso.


La sonrisa de Pedro se hizo aún más grande. Se dió cuenta de que, si no tenía cuidado, podía terminar enamorándose de él.

 

–Creo que no deberíamos hacer de los besos un hábito.

 

–Supongo que tienes razón –le dijo Cullen–. Siempre y cuando no discutamos, supongo que estaremos bien.

 

Le dió la impresión de que no estaba muy convencido e iba a tener que ser ella la que se encargara de que no pasara nada más entre ellos. El problema era que no le importaría que la volviera a besar.



Pedro no terminaba de creerse que hubiera besado a Paula. No podía decir que hubiera sido un lapsus. En ese caso, la habría besado con más pasión, pero había sido lo suficientemente consciente de lo que hacía para mantener las cosas más o menos bajo control.  No dejaba de pensar en la conversación que habían tenido. Ella lo había acusado de dejarla sola siempre que las cosas se ponían difíciles y tenía que reconocer que tenía razón. Echó un vistazo a Paula desde la puerta del dormitorio. Estaba dormida. Él también necesitaba descansar, pero antes tenía que hacer una llamada. Fue a su habitación y cerró la puerta.


 –Hola, Pedro –le dijo Daniel Hughes, el líder de su equipo de rescate– . ¿Cómo está Paula?

 

–Ahora mismo, durmiendo la siesta. La veo bastante mejor. Te llamaba porque me había apuntado para estar disponible mañana, pero quiero quedarme en casa con ella.

 

–No te preocupes. Ya somos suficientes.

 

–Gracias, Daniel. Y lo siento.

 

–No te disculpes. Estás haciendo lo que tienes que hacer.


Eso era lo que estaba tratando de hacer Pedro, aunque no sabía por qué le importaba tanto. 




Una semana más tarde, Paula se quedó mirando cómo entraba la luz del sol entre las rendijas de la persiana de su dormitorio. Supuso que habría dejado de nevar durante la noche. Aunque a ella poco le importaba el tiempo que hiciera. Se limitaba a hacer fisioterapia y dar paseos. Podía trabajar en su ordenador portátil durante unos minutos, pero los dolores de cabeza y su brazo escayolado la limitaban mucho. Se levantó y sonrió al oler el café recién hecho y algo en el horno. No sabía quién se había quedado esa noche con ella. No creía que fuera Gabriela Hughes. Era guapa y muy amable, pero no sabía cocinar. Nadia había estado allí la noche anterior, así que debían de ser Leticia o Brenda.  También cabía la posibilidad de que estuviera el propio Pedro y la idea le hizo tanta ilusión que aceleró el paso. Hacía días que no lo veía. Había estado haciendo sus turnos en el hospital y cubriendo los de otros médicos. Le había explicado que tenía que hacerlo para recuperar los días que había estado con ella en Seattle, no porque estuviera tratando de evitar su compañía. Incluso la llamaba de vez en cuando para ver cómo estaba, algo que antes no hacía. Pero sus ausencias le recordaron lo desesperada que había estado siempre por verlo cuando vivían juntos. Cuando llegó al salón vió que no era Pedro, sino Brenda, quien estaba con ella.

 

–Te has levantado muy temprano hoy –le dijo la joven con una gran sonrisa.


 –Bueno, es que me acosté a las ocho.


No había estado demasiado cansada, pero había querido acostarse temprano para que Nadia pudiera volver a su casa y darle las buenas noches a sus tres hijos.


 –Pensé que iba a venir Gabriela –le dijo a Brenda.

 

–No, ha tenido que ir a Portland así que vas a tener que quedarte conmigo hasta mediodía.


 –Es un placer. Eres tú la que tienes que aguantarme a mí y no sabes cuánto te lo agradezco –le dijo con sinceridad.


 –Para eso están los amigos, ¿No? Para ayudarse entre sí.


Pensó que Pedro tenía mucha suerte. Hood Hamlet era un lugar especial, perfecto para una familia. Aunque ella nunca había soñado con llegar a tener una propia. 

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