lunes, 23 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 9

 -Supongo que eso significa que no me encuentras atractivo, ¿No? - inquirió él medio riendo a través de la puerta-. Si piensas marcharte será mejor que esperes hasta después de la comida -añadió en voz alta.


-¡Vete! -gritó ella apretando los puños.


-No mientras no... ah, aquí están -añadió acercándose a la puerta-. No podía marcharme, no encontraba mis pantalones. Nos veremos a la hora de comer.


Paula escuchó la puerta abrirse y cerrarse y se apoyó contra la del baño suspirando aliviada. Tenía que marcharse, se dijo a sí misma. No tenía por qué aguantar aquella situación.  Abrió la puerta del dormitorio despacio y asomó la cabeza.


-Esperaré -musitó sentándose en la cama-, ¡Esperaré a que haga otro comentario y entonces lo golpearé tan fuerte que jamás lo olvidará!


En su interior, Paula no dejaba de oír la voz de su madre, que decía: «Vamos, adelante, abandona. Seis trabajos en menos de dos años, pero no importa. Mejor marcharse que matarlo. No has madurado lo suficiente como para enfrentarte a un hombre adulto, tienes que controlar tu carácter, cariño. Venga, abandona. Defraudarás a tu padre, pero él jamás ha comprendido a las mujeres. Vamos, abandona, Paula».


-¡Maldita sea, maldita sea! -gritó golpeando la almohada-. ¡No abandonaré, no abandonaré! Y no voy a llamar pidiendo ayuda. ¡No abandonaré! ¿Me oyes, Paula Chaves?


Paula se enjugó las lágrimas, vació la maleta y se vistió con una camiseta, vaqueros y zapatillas de deporte. Luego se peinó, pero apenas sirvió de algo. Sus cabellos rizados volvieron a revolverse en cuestión de segundos. Entonces bajó a la cocina. Por el camino tropezó con un espejo y se miró. La camiseta mostraba su figura a la perfección. Demasiado perfectamente.


-¡Oh, Diossss! -musitó volviendo al dormitorio a buscar un jersey grueso, amplio y suelto, para cubrirse. 




La quiche se tostaba en el horno cuando una alarma sonó en la casa. Él se lo había advertido, pero lo había olvidado. La casa entera estaba gobernada por un pequeño ordenador situado en la pared de la cocina, justo detrás de la nevera. Y el timbre que avisaba de que era la hora de la cena parecía una sirena de bomberos. Paula se estremeció. Apenas sabía nada de ordenadores. Al lado, clavado a la pared, había un cartel en el que se explicaba todo lo que debía hacerse en la casa en cada momento. Sin embargo no necesitaba consultar el horario, ya no. De pronto se escucharon pisadas, y se retiró a un rincón. Martina entró como un rayo, tres o cuatro pasos por delante de Nacho.


-¡Te gano, te gano! -cantó la niña bailando alrededor de su hermano.


-¡Tramposa, no me has...!


-Sí, te he ganado, ¡mentiroso! -contestó la niña sacándole la lengua.


Por fin llegó el tío Pedro.


-Inspección -ordenó con voz de sargento. Los niños se alinearon como soldados, erguidos con la cabeza bien alta-. Manos.


Entonces aparecieron dos pares de manos. Las de Nacho con las palmas hacia arriba, las de Martina con las palmas hacia abajo. El tío Pedro observó las de Nacho y dijo:


-Aceptable, pero usas demasiada agua y poco jabón -luego dió un paso e inspeccionó las de Martina-. Da la vuelta.


La niña giró las manos. Tenía las palmas negras.


-Te lo dije -rió Nacho-. No se ha...


-No admito comentarios por parte de los soldados -afirmó el tío Pedro- . Soldado Martina, vuelve a lavarte. Rechazada.


La niña hizo un puchero. Estaba a punto de llorar. Cerró los puños y corrió al baño que había junto a la cocina. Nacho se dejó caer en la silla.


-¡Eh! -objetó su tío-. Nadie se sienta hasta que no se hayan sentado las damas.

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