-¿Y?
-Y nos metimos entre la gente, y alguien tenía un par de tijeras y te cortó los tirantes del vestido.
-¿Cortármelos? Querrás decir que me los rompiste. Fuiste tú, señor Alfonso, sé que fuiste tú. ¿De dónde te has sacado eso de las tijeras?
-Sí, había unas tijeras. Y tú me pegaste -continuó Pedro restregándose la mejilla como si aún le doliera-. Y me tiraste al suelo.
-Y a cambio me expulsaron del colegio durante diez días y mi madre me mandó a Attleboro a casa de mi hermana Delfina hasta que me calmara. Te lo merecías -musitó Paula-. Ojala te hubiera dado más fuerte.
-Me diste lo bastante fuerte -contestó él-. ¡Ahí estaba yo, el defensa más antiguo del equipo de fútbol, y resulta que me noquea una niña que no me llega ni a la rodilla!
-¡Ni se te ocurra decir eso! ¡No es cierto que no te llegara ni a la rodilla! -vociferó Paula mientras trataba de ponerse en pie, dispuesta a repetir la hazaña.
-No lo intentes, ni se te ocurra siquiera. Sigues siendo un renacuajo, y yo he crecido más de quince centímetros.
Paula se detuvo en seco y se quedó mirándolo. Era cierto. No medía un metro noventa y ocho, como su hermano, pero era lo suficientemente alto como para acabar con ella.
-¿De dónde te has sacado la idea de lo de las tijeras? -preguntó Paula dubitativa-. ¿Y cómo es que se lo ocultaste todo al vicepresidente?
-Yo no tenía ningunas tijeras -alegó él-. Cuando tu padre vino a hablar conmigo enseguida se dió cuenta de que no tenía fuerza para romperte los tirantes sin unas tijeras.
-¿Mi padre?
-Sí, tu padre. Lo intentó hasta tu hermano, y tampoco pudo. Claro que, entonces, no era tan grande como ahora.
-Entonces tenías unas tijeras... o un cuchillo -aseguró Paula con firmeza-. ¿Pero por qué ibas a querer hacer una cosa así?
-No tenía ninguna razón, no es cierto que tuviera tijeras o cuchillos. Tú me gustabas. Mucho. Pero a raíz de aquello te cambiaron de instituto y ese fue el fin de nuestro romance.
-Pero... -Paula volvió a enfadarse. Sus mejillas se ruborizaron. Siempre era la izquierda. Era ridículo. Él también le había gustado mucho a ella entonces. Más de lo que se atrevía a confesar. Pero tras dos años sin verse aquella ilusión se había venido abajo- ¿Qué otra persona más hubiera podido querer ponerme en evidencia, aparte de tí?
-Yanina Winters -contestó él-. Estaba celosa.
-¡Pero... pero... Yanina jamás haría una cosa así! ¡No es posible, éramos buenas amigas!, aunque claro, ella abandonó Eastport después de...
-Sí -convino él-. Y aquella noche estaba bailando con Diego Flannigan. Ella le dió las tijeras a él, y los dos estuvieron riéndose. Los oí hablar de ello al día siguiente.
-¿Diego Flannigan? Apenas lo conocía, era un chico enorme. ¿Qué le pasó...?
-Dos días después del baile le dí un buen susto. Podría haberte hecho daño con esas tijeras.
-Pero si era enorme...
-El tamaño no cuenta, lo que importa es la habilidad.
-No sé...
-Yo sí que lo sé, pero tú sigues sin creerme. Me lo dijo tu madre. Tu madre siempre me ha caído bien -añadió él apartando la silla y saliendo de la cocina.
De camino al ático debió tropezarse con Martina, porque Paula escuchó voces y risas. Aquellas risas le recordaron algo. Había algo que debía hacer.
Me encanta esta pareja!
ResponderEliminar