miércoles, 11 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad. Capítulo 51

 Llegaron a una mesa llena de hombres atractivos a un extremo y bellas mujeres al otro.

 

–Brenda me dijo que a lo mejor venías. ¡No sabes cuánto me alegra verte! –le dijo Gabriela Hughes. 


No estaba acostumbrada a que la gente se alegrara tanto de verla y le gustó la sensación.

 

–Me costó convencerlo, pero lo conseguí –le contestó Paula con una sonrisa. 


Pedro le presentó a los que aún no conocía y pidió unas cervezas.


 –Ve a sentarte con los chicos para que nosotras podamos charlar –le pidió Brenda a Pedro.


 –De acuerdo –repuso él mientras le separaba una silla–. Paula, avísame cuando estés lista para comer y te ayudaré a servirte lo que quieras. No creo que puedas con una sola mano.


 Paula asintió y se sentó.

 

–Pedro es muy protector contigo –le dijo Leticia en cuanto se fue él.

 

–Es verdad. Ya supuse cuando lo conocí que escondía algo más –agregó Brenda.

 

–Es tan dulce –comentó Gabriela suspirando–. No me puedo ni imaginar cómo estaría yo si Daniel tuviera un accidente.


No entendía por qué comparaban sus relaciones con Pedro y con ella. Él la había estado cuidando mucho, pero no de la manera en la que un devoto esposo cuidaría de su mujer. Lo miró entonces y vió mucha ternura en los ojos de Pedro. Se quedó sin aliento y apartó deprisa la mirada.


 –Tienes mejor color que esta mañana –le dijo Brenda–. ¿Cómo estás?

 

–Bien –repuso Paula algo avergonzada–. Fui a dar un paseo hoy con Javier.

 

Llegó el camarero con cervezas para todas y probó la suya.

 

–¡Qué rica! –exclamó.

 

–Juan hace la mejor cerveza de todo Oregón –comentó Leticia sonriendo.


Era increíble ver a todas esas parejas tan enamoradas. No se le habían pasado por alto las miradas que compartían Juan y Leticia o Daniel con Gabriela. Se le hizo un nudo en la garganta. Ver a esos matrimonios tan felices le daba esperanza, pero también le recordaba su fracaso. No entendía por qué algunas personas tenían tanta suerte. Volvió el camarero con unas tapas. Pedro se le acercó entonces para darle a probar unos panecillos con la salsa especial de la casa. Se lo dió a la boca y ella se quedó sin aliento. Era como si estuviera coqueteando con ella. No entendía nada.

 

–Es delicioso –comentó después–. Igual que la cerveza sin alcohol que me estoy tomando.

 

Pero no tan delicioso como Cullen. Se le aceleró el pulso al ver que él estaba actuando como un adolescente enamorado. Gabriela, Brenda y Leticia los miraban con interés. Tomó un sorbo de su cerveza para tranquilizarse. Entendía su curiosidad. Pedro la estaba tratando como si fuera su pareja, pero no quería hacerse ilusiones para descubrir después que no era más que una fantasía. Eso sería un golpe más fuerte aún que el de la explosión de vapor. De vuelta a casa desde la cervecería, Paula cerró los ojos. La noche había sido fantástica, pero estaba agotada física y emocionalmente. Las otras parejas le habían hecho darse cuenta de que lo que había entre Pedro y ella no era real. Suspiró resignada.  Abrió los ojos cuando se paró el coche.


 –¿Estás muy cansada? –le preguntó Pedro con preocupación.

 

–Sí, un poco.


Eso le daba la excusa perfecta para ir directamente a su habitación. No quería quedarse en el coche y desear que Pedro le diera un beso de buenas noches. Salió del coche y fue deprisa hacia la puerta. Él fue tras ella.


 –Más despacio, Paula.

 

Pero no lo hizo. Las parejas felices de esa noche le recordaban que ella no era como las otras mujeres. No se veía capaz de ser una buena esposa. Entraron y fue hacia su habitación, pero Pedro la retuvo agarrándole el hombro izquierdo.

 

–Sentémonos un minuto –le pidió él. 

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