viernes, 20 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 5

 Su padre siempre iba directo al grano, y jamás olvidaba nada. ¿Cómo era posible que hubiera cometido aquellos dos errores? El tío Pedro vivía y trabajaba en casa, y se suponía que ella iba a tener que quedarse a pasar la noche allí... su madre no había dicho nada al respecto, excepto que se llevara a Luca.


¿Luca? Paula miró por encima del hombro. El perro la había seguido hasta dentro de la casa, pero luego había vuelto al felpudo de la puerta y se había dormido sobre él. ¡Vaya protección! Dos niños. La niña era respondona y descarada, y tenía una espesa cabellera pelirroja recogida en lo alto de la cabeza. ¿Tres años? Alguien le había puesto un peto rojo que le quedaba pequeño, y la blusa ya no era lo blanca que debía haber sido. Iba descalza y parecía frágil. El niño parecía fuerte, alto para su edad, y llevaba un mono con parches en las rodillas que en otros tiempos debió de ser azul. También iba descalzo, y tenía el pelo más oscuro que su hermana. Los dos tenían ojos negros y observaban a Paula sin pudor.


-Entonces a quien tengo que ver es a su tío -repitió Paula con voz trémula. 


No estaba muy segura de querer ver al tío Pedro. Quizá debiera volver a Eastport, se dijo en silencio. Pero entonces defraudaría a su padre y a Gonzalo, que se pondría a gritarle...


—¿Y a quién tenemos aquí? -dijo una voz profunda, saliendo de la oscuridad.


Paula sacó la cabeza, pero apenas vio nada.


-Me llamo Paula, creo que significa esperanza.


-Sí, bien, la esperanza todo el mundo debe mantenerla -dijo la voz dando un paso hacia la luz, sin salir aún de la oscuridad.


-¿Cómo?


-Paula -repitió la voz-. Todo el mundo debe mantener la esperanza.


Nacho soltó una risita nerviosa. Paula se ruborizó. Era un terrible juego de palabras, pero no tenía agallas para decirlo. Entonces aquella figura dió otro paso más hacia la luz.


-¡Tú! -exclamó Paula.


-Sí, yo -admitió él-. Pensaste que no ibas a volver a verme, ¿Verdad, Paula Chaves? Ha pasado mucho tiempo desde el instituto. Recuerdas...


-No tengo ganas de recordar nada -declaró Paula resuelta-, Y, en especial, no tengo ganas de recordarte a tí, Pedro Alfonso. No después de...


-Sí -suspiró él-, no tuve precisamente mucho éxito en el baile de Graduación, ¿Verdad? Bueno, gracias a Dios que hemos... que he crecido. Tú, en cambio... sigues siendo una mujer diminuta y...


Eso era lo que más odiaba en el mundo.


-Yo no soy una mujer diminuta -lo interrumpió Paula-. Soy bajita, pero no diminuta. Y no me gusta que me llamen...


-Pequeña o diminuta -la interrumpió él-. Es suficiente. ¿Lo han oído, niños?


Dos cabecitas asintieron.


-Ser bajita -continuó Paula con cabezonería- no tiene nada que ver con ser inteligente, con tener virtudes o con la moral.


-Podrías haber omitido eso de la moral. Eres una preciosa y dimi... mujer bajita, señorita Paula. ¿Crees que podrías manejar a estos dos indios salvajes? 


-Sin duda -contestó ella tensa, sintiendo un escalofrío al recordar su experiencia como profesora del curso de noveno en el colegio público de Taunton.


«Es una profesora hábil y trabajadora», había dicho el director del centro al consejo escolar, «pero completamente incapaz de mantener la disciplina en una clase de veinticinco estudiantes».


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