viernes, 20 de noviembre de 2020

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 4

Llegó el domingo. Aunque hacía sol, soplaba un viento frío procedente del Canadá, y se esperaba otra borrasca. Una fila de árboles, desnudos de sus hojas desde hacía tiempo, se alineaban en la carretera hacia el sur. Paula Chaves silbó tratando de reunir coraje mientras conducía su viejo Jeep Wagoneer hacia Taunton. Luca, el enorme y viejo pastor alemán, iba sentado en el asiento del copiloto sacando el hocico por La ventana. Su madre había estado con el ceño fruncido, pero había dado su aprobación «siempre y cuando Luca la acompañara». Aquello no tenía sentido. Luca tenía catorce años, y era muy manso, pero siempre era dé agradecer el poder contar con un amigo. Quince minutos más tarde Paula vió la casa. Estaba muy alejada de la carretera, apenas se la veía. Era una cómoda granja de buen aspecto, con miles de añadidos posteriores. Ella maniobró y se detuvo delante del porche. El lugar estaba en silencio, parecía abandonado. Luca se negó a salir del vehículo.


-Cobarde -musitó Paula respirando hondo y subiendo las escaleras del porche.


El perro gimoteó, pero no se movió. En la puerta había un timbre y llamó varias veces. Al otro lado de la puerta hubo un gran jaleo. Y, al abrir, un murmullo de voces. Dos niños pequeños aparecieron. Un niño bien fuerte y una pequeña y delicada niña. El niño era casi una cabeza más bajo que Paula, y la niña más bajita que el niño.


-¿Sí? -preguntó el niño.


-Soy... -Paula tragó. Tenía la boca seca. Jamás se le habían dado bien las presentaciones-. Soy la nueva... ama de llaves.


-¡Ah!


Eso mismo pensaba Paula. Dió un paso atrás y estuvo a punto de caer por las escaleras del porche. Ambos niños la miraron con ojos negros muy abiertos.


-Mi padre me ha mentido -musitó Paula-. ¡Me dijo que eran casi bebés!


-¡Ah! -volvió a exclamar el niño saliendo al porche y mirándola de arriba abajo-. ¿Bebés? Yo tengo ocho años, y Martina tiene tres. ¿Bebés?


-No, ya lo veo... -comenzó Paula a explicarse mientras Luca salía del coche y se colocaba junto a ella.


O hacía algo de inmediato o aquellos dos niños le plantaban cara y la mandaban a casa. Sería una pena. Tendría que apuntarse un nuevo fracaso. Paula chasqueó los dedos al oído de Luca. El enorme perro se puso en guardia. Gruñó, sacó la lengua y jadeó, y la bravuconería del niño desapareció. Entró en casa y su hermana se escondió detrás.


-¿Ese perro es tuyo? -preguntó tembloroso.


-Sí, es mío -contestó Paula- ¿No me invitas a pasar?


-Sí, claro -repitió el niño dando otro paso atrás.


-Así que tu hermana se llama Martina, ¿No? Es un nombre bonito. ¿Y tú?


-Él se llama Nacho -dijo la niña-. En realidad se llama Ignacio, pero no le gusta, así que el tío Pedro dijo que...


-A ese es a quien quiero ver -se apresuró a decir Paula-, al tío Pedro. ¿Se ha marchado a Boston a trabajar?


-No -contestó Martina-. Se ha marchado arriba, al ático. Trabaja allí.


-¿Marchado? ¿Trabaja en el ático? ¿Siempre?


-Sí -confirmó Nacho-. Siempre trabaja en el ático, es verdad. Mi hermana no habla un buen inglés.


-Esa es otra... -comenzó a decir Paula, que enseguida calló. 

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