lunes, 16 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 64

 –No te metas bajo las sábanas –le advirtió ella.

 

–Tus deseos son órdenes para mí.

 

Paula tragó saliva. Eso era lo que temía porque ella lo deseaba como no había deseado a nadie. Notó que se acercaba más a ella.


 –¿Qué haces?


 –Me pongo cómodo para hablar contigo –le explicó él–. ¿Por qué no podemos estar juntos?

 

–¿De verdad quieres hablar de esto en la cama?

 

–¿Por qué estás tan sorprendida? ¿Crees que voy a intentar algo?


 –Sí. Mi experiencia con los hombres me dice que sí. Por eso no puedo estar contigo. No se me dan bien las relaciones.

 

Paula esperaba que Pedro le llevara la contraria, pero no lo hizo y se sintió decepcionada.


 –¿Por qué piensas eso? –le preguntó él después mientras le acariciaba el pelo.


 Tenía una lista de respuestas posibles, pero decidió ser sincera.


 –Apenas te he hablado de mis padres.


 –Me dijiste que los dos se han divorciado varias veces y que ya no forman parte de tu vida.


Recordó entonces la última vez que había visto a su madre. Le dolía pensar en ello.


 –Fui hija única y creo que mis padres se arrepentían de haberme tenido. Nunca se preocuparon por mí. No me querían a su lado. Después de su divorcio, iba de una casa a otra.

 

Pedro la abrazó con fuerza.

 

–Esa no es forma de tratar a una niña –le susurró.

 

–No, pero eso es lo que hicieron. Nunca he visto ni he vivido una relación sana y feliz.


 –Esta noche, durante la cena, has podido ver a dos.

 

–Sí, pero solo de paso. Es difícil superar el modelo tan negativo de mis padres. Y hay cosas aún peores que nunca he contado a nadie...

 

–No tienes que hacerlo si no quieres.


 –No, quiero hacerlo. Te he acusado de no hablar conmigo, pero yo tampoco lo he hecho –le dijo ella con la voz entrecortada–. El cuarto marido de mi madre intentó algo conmigo. Ya me había sucedido con sus novios, pero nunca con mis padrastros. Se lo dije a mi madre. Tenía miedo, pero él le dijo que había sido yo la que había tratado de seducirlo. Mi madre lo creyó y me echó de casa. Fue muy doloroso y humillante –agregó con lágrimas en los ojos.


 –¡Dios mío! ¡Cuánto lo siento! No puedo creerme que eligiera a ese hombre sobre su propia hija –le dijo abrazándola aún más fuerte–. ¿Te fuiste a vivir con tu padre?

 

–Sí, pero se mudaba continuamente y como yo aún estaba en el instituto, terminé pasando mucho tiempo en casa de Pablo. Él era todo lo que tenía. Cuando cumplí los dieciocho, mi padre se volvió a casar de nuevo. Su nueva esposa, Carla, no quería tener una hijastra que era solo cuatro años más joven que ella. Cuando terminé secundaria, no volví a ver a mi padre.

 

–Paula, no puedo creerme que te esté diciendo esto, pero me alegra que no tengas relación con ellos. No se merecen a una hija como tú.

 

Y ella creía que no se merecía a Pedro.

 

–No eres como ellos ni estás predestinada a cometer sus mismos errores –le dijo Pedro–. Aún puedes tener relaciones sanas, buenas y sólidas. Relaciones que duren.

 

–Puede que sí, pero he aprendido la lección y no puedo meterme en algo sin pensar...

 

–Ese algo del que hablas es nuestro matrimonio –la interrumpió Pedro–. Te propongo que no pensemos en el pasado ni en por qué falló. Ahora podemos ir más despacio si queremos.

 

–Pero no voy a quedarme mucho más tiempo. Ni siquiera vivimos en el mismo estado.


 –Una relación a larga distancia no puede ser peor que estar separados como este año.


 –Supongo que tienes razón –susurró ella con algo de esperanza.


 –Así es, pero no tenemos que decidir nada ahora mismo. Piensa en ello. ¿Harás eso por mí?

 

–Sí, lo haré –le dijo con emoción.


 –Ahora, duerme un poco.

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