lunes, 2 de noviembre de 2020

Otra Oportunidad: Capítulo 32

Sintió que se le llenaban de lágrimas los ojos. No podía desabrocharse el sujetador ni abotonar sus vaqueros. Y había descubierto con Pedro que tampoco podía ser el tipo de mujer que un hombre quería tener para siempre en su vida. No quería que él la viera tan afectada. Era independiente y fuerte. Pero,en esos momentos, no podía controlar sus lágrimas. Se secó rápidamente con la servilleta. Tenía que salir de allí y hacerlo sin la ayuda de Pedro. Apoyó la mano izquierda en la mesa y trató de levantarse. Sus músculos protestaron y le dolía el abdomen. Aun así, consiguió ponerse de pie, pero tiró sin querer la silla y Pedro la miró sorprendido. Le faltó tiempo para correr a su lado.


 –¿Qué estás haciendo?

 

–No necesito que nadie me lleve rodando ni en brazos –le dijo con la voz quebrada–. Puedo hacerlo sola.


 Pero acababa de darse cuenta de que no podía y que estaba deseando sentarse. 


–Era una broma –le dijo Pedro–. Como en los viejos tiempos.


 –No creo que ninguno de los dos queramos recordar esos viejos tiempos de los que hablas.

 

–No estuvo tan mal.

 

Ella se encogió de hombros, esperando que el gesto escondiera el dolor que sentía.

 

–Estoy acostumbrada a cuidar de mí misma –le dijo–. Puedo hacer esto.


Pero la verdad era que, si no conseguía moverse pronto, iba a caerse al suelo.


 –Mañana puedes intentarlo, hoy no –le dijo él tomándola en sus brazos–. Es hora de ponerte el pijama y meterte en la cama.


Acunada contra su fuerte torso, luchó por respirar con normalidad, pero todo su cuerpo estaba en tensión y cada vez se sentía más confundida. No entendía qué le sucedía. Una parte de ella quería ser fuerte, pero deseaba relajarse contra él, olvidarse del pasado y de lo que pudiera suceder en un futuro. Pero sabía que no podía, era demasiado peligroso.


 –No tienes por qué hacer esto –le dijo ella tratando de tranquilizarse– . Estoy bien.


Pero era mentira, creía que no estaría bien hasta que se viera lejos de sus brazos y en la cama.  Sola y con la puerta cerrada por dentro. Se quedó mirando fijamente la boca de Pedro y sintió una explosión de calor dentro de ella.


 –No estás bien –repuso él–. No hace falta siquiera ser médico para ver que estás agotada.

 

Abrió la boca para negarlo, pero no pudo.


 –Me sentiré mejor por la mañana.

 

–Preferiría que te sintieras mejor ahora.

 

Se le pasó por la cabeza que se sentiría mejor si pudiera llorar a gusto durante un buen rato o si él la besara. Pero, de momento, ninguna de las dos cosas era posible. Pedro abrió la puerta del cuarto de baño con el pie y encendió la luz con el codo. El corazón le latía muy rápidamente. 

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